Por ser acusados de matar a nuestro Gran Salvador (Cristo),
los cristianos odian a los judíos y a su condición de hábiles usuarios del
dinero.
Aunque la ciencia afirmara que el libre
albedrío no existe, que estamos determinados por nuestra condición humana, por
los fenómenos naturales que nos trascienden y que no somos responsables
absolutamente de nada que hagamos, habría un amplio sector de la humanidad que
no podría aceptarlo porque se perdería algo más valioso aunque totalmente
imaginario: la historia de Cristo y del cristianismo.
Si creemos en el determinismo tenemos que
renunciar a vanagloriarnos de cualquier tipo de mérito, porque si no hay culpa
por falta de responsabilidad tampoco hay protagonismo en cualquier fenómeno que
nos involucre.
La historia de Jesús Cristo dejaría de
existir.
Suponiendo que los hechos históricos fueran
más o menos reales (lo cual es difícil de aceptar porque la «Divina Concepción» es insólita,
increíble para mayores de nueve años), con el determinismo
tendríamos que reconocer que el famoso Mártir no hizo ni dijo nada por su
propia decisión sino que una interminable concatenación de hechos ocurridos en
un determinado contexto universal, dio por resultado que esa persona hiciera y
dijera todo lo que nos cuentan los apóstoles.
Si quienes viven tan cómodamente perteneciendo
a la gran familia cristiana creyeran en el determinismo, tendrían que aceptar
que, si fue cierto que los judíos condenaron injustamente a quien había nacido para inmolarse y así
defendernos de la furia de su padre (Dios), entonces los judíos no habrían sido
injustos ni merecerían el discreto repudio que todo buen cristiano debe
profesar hacia los homicidas del Gran Salvador.
Con el
determinismo y sin argumentos para odiar a los judíos, tampoco tendríamos que
rechazar las tareas que ellos hacen mejor: prestar dinero con interés,
comerciar, producir, evitar la pobreza.
(Este es el
Artículo Nº 1.576)
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10 comentarios:
Es difícil renunciar a todo protagonismo. Tanto de las cosas que hicimos bien, como las que hicimos mal.
Creo que renunciar a nuestro protagonismo puede hacernos pensar que renunciamos a nuestra propia identidad. Nos identificamos con lo que pensamos, hacemos y deseamos. Saber que todo eso es producto de miles de situaciones que se van concatenando en influyendo unas sobre otras (más nuestro acervo genético), nos puede confundir. Podemos creer que entonces no somos nada, somos producto de la casualidad. Y sí, somos producto de las casualidades, pero eso no quiere decir que NO somos. Somos igual que el árbol, la vaca, el ave, la tierra.
Las religiones son muy importantes para el ser humano, pero... siempre existe un pero. Nos han llevado a terribles guerras, enfrentamientos, discriminaciones. Por eso aplaudo las iniciativas de personas de distintas religiones que se juntan para hacer algo en común. No recuerdo en qué pais, existe un grupo de gente que hace boxeo y tiene esa característica, convocan a personas de distintas religiones. Judios y cristianos pelean en el cuadrilátero. Terminada la pelea se dan un abrazo.
No es detalle menor, Evangelina, que el deporte elegido sea el boxeo. Se pegan, de pronto sin llegar a lastimarse, pero se pegan. Cosa que me parece muy terapéutica.
El predicamento de Jesús valora la pobreza (pobres de espíritu, es decir los humildes, los que no son sobervios). Los judíos valoran la riqueza, incluída la riqueza material. Parecería que no hay contradicción. Cuentan que algunos de los seguidores de Jesús eran ricos.
Para los judíos ortodoxos, Jesús no fue el mesías, es decir el ¨ungido¨. Fue un judío más, crítico de la hipocresía de su época.
Para los judíos mesiánicos, Jesús sí fue el mesías.
Ungido significa ¨El Elegido¨.
Podríamos pensar que la riqueza de los judíos está en esperar al Mesías. Ese momento aún no ha llegado. La riqueza de los judíos es la esperanza.
Quizás esa esperanza es la que les permite ser emprendedores, arriesgar capital, enriquecerse.
Pienso que lo único que nos puede llevar a odiar a los judíos, es la envidia.
Es bastante frecuente que quien es distinto nos provoque envidia. Imaginamos que el diferente tiene lo que a nosotros nos falta, y esa imaginación no está tan despegada de la realidad. Aunque a veces fantaseamos demasiado.
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