Funcionaríamos bien si los problemas nos tornaran audaces
trabajadores y las soluciones nos tornaran avaros pero humildes.
Tenemos datos de que nuestras funciones
perceptivas de la realidad distan de ser confiables:
— Imaginemos a un cazador con una escopeta con
el caño torcido;
— Imaginemos a un buzo que intenta reparar la
parte sumergida de un buque, con las mangueras proveedoras de oxígeno
perforadas;
— Imaginemos un herrero con un martillo de
goma;
— Imaginemos a un bombero con un camión
cisterna lleno de nafta;
— Imaginemos a un excelente jugador de fútbol
con botines dos talles más pequeños;
— Imaginemos a un corredor de Fórmula 1 con el
parabrisas sucio con barro;
— Imaginemos a un presidente que sólo está
asesorado por técnicos que hablan un idioma incomprensible para él;
— Imaginemos una cárcel con rejas de madera.
En otras palabras: no podemos confiar
seriamente en que recibimos buena información de nuestros cinco sentidos. La
recibimos distorsionada.
De por sí no es fácil ganar dinero para
comprar lo que necesitamos para vivir (comida, abrigo, alojamiento), porque
todos los humanos necesitamos lo mismo y tenemos que competir. Si además no
podemos contar con una buena información porque nos llega distorsionada, lo que
no era fácil se convierte en directamente muy difícil. Para amplios sectores de
la humanidad, se convierte en imposible.
Nuestro instinto de conservación nos obliga a
ver todos los problemas como muy grandes y a todas las posibles soluciones como
muy pequeñas.
En los noticieros despiertan nuestro mayor
interés las malas noticias y las buenas noticias ya ni las informan porque a
nadie le importan.
Con esta evidencia, reconozcamos que nuestro
cerebro aumenta las malas noticias acobardándonos, asustándonos, debilitándonos
y empequeñece las soluciones (buenas noticias), tornándonos despreciativos,
soberbios, autosuficientes.
Funcionaríamos bien si los problemas nos
tornaran audaces trabajadores y las soluciones nos tornaran avaros pero
humildes.
(Este es el
Artículo Nº 1.572)
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10 comentarios:
Si fuésemos audaces trabajadores y humildes, nos daríamos cuenta que la lucha por la vida es más fácil si nos unimos para lograr nuestros objetivos.
¿Qué papel jugaría la avaricia?
Desde mi punto de vista, tendríamos que ser avaros con nosotros mismos. No desperdiciar energía en asuntos futiles. Buscar la manera de comerciar y negociar con los otros grupos, en lugar de desperdiciar nuestras fuerzas en la guerra. Desarrollar el arte del trueque. Discernir cuando alguien de verdad no precisa más y ponerle un límite, para darle a otro que sí precisa.
Gracias a nuestro instinto de conservación, con los años cada vez nos ponemos más precavidos, porque sabemos que la otra cara del riesgo es la muerte.
También sería bueno que los años nos pusieran más sabios. Con sabiduría se puede ser audaz, en el momento adecuado.
Hay que tener cierto grado de avaricia con las soluciones. Si no dejamos que los jóvenes y los niños, se las ingenien para buscar sus propias soluciones, terminamos anulándolos.
Muchas veces no permitimos que los jóvenes busquen soluciones porque les tememos. Creemos que ellos impondrán su forma da hacer las cosas y nos desplazarán de los lugares de poder.
No creo que sea una ¨creencia¨, lo que comenta Luis. Me parece que es una realidad. Los adultos y los adultos mayores, nos atorinillamos a los puestos de poder por eso, porque sabemos que la juventud, con su energía, su convicción y sus ganas, nos harían a un lado.
En lugar de ¨atorinillarse¨, habría que buscar la forma de reunirse en torno a una mesa redonda. Jóvenes, viejos y adultos. Los jóvenes tienen las ganas pero carecen de la experiencia. Si bien cada uno hace su propia experiencia, es necesario transmitir la experiencia anterior. Saber lo que se hizo antes. Conocer qué funciono y qué no funcionó.
Todas las cosas que ud me hizo imaginar, me hicieron entrar en un mundo terriblemente trágico. En esa tierra todas las noticias seguro que eran malas. Ahí la única solución era que apareciese alguien (o algunos) muy audaz que dijese: no se puede hacer puntería si el caño de la escopeta está torcido. Hay que revisar siempre las mangueras de oxígeno. El fuego no se apaga con nafta. La goma se derrite con el hierro caliente. Para jugar es imperscindible estar cómodo. Para correr hay que ver bien, o de lo contrario aprender a manejarse sin la vista. Tenemos que ponernos de acuerdo y usar un mismo idioma. Si queremos apresar con seguridad algo, el recipiente que contenga ese algo tiene que ser irrompible.
Vemos lo que queremos ver, así como oímos lo que queremos oir. Lo he experimentado tantas veces, que de eso no me quedan dudas.
La información recibida de los delitos que se cometen en el lugar donde vivimos es completa. Ninguna de esas noticias pasan por alto. Se informa todo.
Para informar las cosas buenas no queda tiempo; o no se les hace tiempo porque ya no despiertan nuestro interés. Estamos acostumbrados a prestarle mucha atención a lo malo para guarecernos. Es el instinto de conservación del que habla Mieres.
Al perdernos las buenas noticias, perdemos fe en la humanidad y en nosotros mismos. Nos quedamos con la percepción falsa de que los humanos somos predominantemente perversos, abusivos, intolerantes, irascibles, violentos. Creemos que las soluciones se encuentran por el lado de la represión y la violencia, siendo que existen innumerables ejemplos de que hay otros caminos posibles, a través del amor, la humildad, la comprensión, la inteligencia, el instinto gregario, la cooperación.
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