El lenguaje es para nuestra psiquis una herramienta demasiado importante como para descuidarla por atender a otros idiomas.
¿Usted aceptaría la hipótesis de que solo pensamos en
nuestro idioma? ¿Estaría de acuerdo en que no podemos pensar sin lenguaje
(escrito, musical, gráfico)? ¿Aceptaría la aseveración «somos lenguaje», en
tanto somos lo que pensamos y en tanto no podemos pensar sin lenguaje?
Quizá sus respuestas a las anteriores preguntas justifican
que siga leyendo un poco más.
¿Estaría de acuerdo en que la sugestión nos influye?
¿Aceptaría que si usted está seguro de que la comida le caerá mal, seguramente
le caerá mal? ¿Podría aceptar que si rechaza la cultura árabe por cómo tratan a
las mujeres, difícilmente encuentre algún rasgo positivo en esos pueblos?
Todos estos procesos mentales dependen del idioma,
especialmente del lenguaje afectivo con el que mejor funciona su cabeza.
¿Qué es esto del ‘lenguaje afectivo’? Es la forma en que
mejor logra pensar, aunque cuando se avoque a expresar estas ideas seguramente
adopte otro léxico más adecuado. Por ejemplo, usted puede pensar con abundancia
de insultos, pero comunicarse con la suavidad del terciopelo.
Podríamos suponer que cuanto mayor sean las palabras que
usted conoce y utiliza con soltura, mayor será la posibilidad de que sepa
pensar y explicarse.
Las personas que pueden comunicarse mejor con su entorno
tendrán una mayor comodidad e influencia social. Seguramente gana más dinero
quien mejor sabe comunicarse con sus clientes, empleadores, colegas, amigos,
gobernantes.
En suma: Si
usted cree que tiene que conocer otro idioma, considere que al tiempo que le
tendría que destinar a su lengua materna lo está dividiendo entre dos. No sería
pesimista suponer que terminará no conociendo ningún idioma y que, con esta
precariedad en la comunicación los resultados de su esfuerzo serán menos
rentables que si conoce una sola lengua, pero la usa bien.
(Este es el Artículo Nº 2.194)
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