Los médicos juegan sus cartas siempre con dos comodines: virosis y estrés.
Claro que ni ellos ni los pacientes estamos dispuestos a aceptar que algo no lo sepan solucionar.
Como les cerramos la puerta de emergencia que tenemos los demás profesionales ——aquella que nos permite decir «no sé» sin que tengamos que irnos del país o cambiar de rubro—, ellos diagnostican «virosis» o «estrés», aunque no siempre sea así.
Los seres humanos no podemos ser conscientes de lo débiles que somos porque nos deprimimos. Tenemos que negarlo hasta donde sea posible sin caer en la locura.
Todos los trabajadores actuales venimos de la época en que nos ganábamos la vida vendiendo nuestra «mano de obra».
Desde no hace mucho, tenemos que vender nuestro «cerebro de obra».
Este cambio anatómico no es ni gratuito, ni indoloro.
De lo que fuera la «mano de obra» sólo nos queda el dedo pulgar con el que manejamos los teléfonos celulares.
Las empresas perdieron sus raíces. Si en un país están incómodas, simplemente se van («se deslocalizan», dicen los técnicos).
Tenemos la creencia de que todas las revoluciones vienen precedidas de tiros, bombas, muertes y estamos predispuestos a creer que si no hay nada de eso, todo sigue igual.
Acostumbrados como estamos a mirar con cierto desprecio a los animales que trabajan para nosotros, también nos burlábamos de las máquinas como si fueran nuestras esclavas.
Es casi imposible no sentirnos enfermos ante estos cambios de la mano al cerebro, de la empresa inmóvil a la empresa volátil y de estar compitiendo entre semejantes a estar compitiendo (y perdiendo) con máquinas bobas (las computadoras).
El nerviosismo y la pérdida de autoimagen, vuelven a ser inevitables.
En este caso, el diagnóstico de estrés no parece tan desacertado.
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10 comentarios:
Yo sigo vendiendo mis "manos a la obra!".
Creo que la revolución tecnológica es uno de los factores que ha llevado al desprecio de los jóvenes respecto de sus mayores. Ellos se manejan mejor con las máquienas de última generación y nosotros, conscientes de nuestras dificultades vemos dañada nuestra autoestima. Ellos captan nuestra inseguridad y nos caminan por arriba.
Hoy por hoy son más reales las virosis de las computadoras que las virosis a las que aluden los médicos.
DEBIL?
Hasta ahora, por suerte, cuando voy a trabajar dejo al cerebro descansando en casa.
Mi relación con la compu es muy afectuosa. Es mi amiga y le hablo como si fuese mi consentida. Si se enferma yo le digo que pronto se va a curar, que la voy a arropar bien con el acolchado (maletín) y la voy a llevar al doctor (un amigo piola que es un genio arreglando computadoras y me hace precio).
El "cerebro de obra" tiene que vérselas con su capataz: el afecto de obra.
Las empresas pierden sus raíces, pero los humanos las llevamos pegadas al cuerpo hasta la muerte, aunque no nos demos cuenta.
La última vez que perdí mi imágen, me senté a llorar en el sofá y no podía parar porque no estaba mi imágen ahí para decirme que no me pusieran en víctima. Quería buscarla pero es imposible encontrar la imágen de una si una no sabe quién es. Así estaba yo, totalmente desorientada y vacía hasta que apareció una persona a la que nunca había visto, que dijo haber encontrado mi imágen tirada sobre las vías férreas de la estación del barrio. Y me la trajo envuelta en papel celofán rojo, como envuelven las maestras los cuadernos de los niños cuando terminan las clases. Me la alcanzó con mucho cuidado y me dio su número de teléfono.
Le estaré eternamente agradecida.
Competir entre semejantes es más estresante que competir con la máquina. La máquina se hace la difícil pero no te juega sucio.
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