martes, 14 de octubre de 2008

¿Ese soy yo?

Se aceleraron los latidos de mi corazón cuando fui testigo de un robo. Ella no me veía pero yo sí a ella a través de un hueco en las estanterías del supermercado.

Con increíble desparpajo se guardó en un bolsillo interior de su gruesa prenda de abrigo un frasco grande de champú.

¡No lo podía creer! Parecía ser una persona común y corriente, bien vestida, con botas de lluvia casi nuevas, manos bien cuidadas. ¿Cómo podía estar haciendo eso?

Imaginé que cuando llegara el momento de pagar lo que cargaba en un canasto, sacaría de su abrigo aquel frasco para que le fuera facturado. Supuse que si esto no sucedía, alguien de seguridad la interceptaría para regularizar la situación.

Sentí que todo el mundo me estaba observando cómo esperaba la confirmación de estas hipótesis. Era evidente que yo no le quitaba los ojos de encima y a su vez sabía con seguridad que todo el mundo me miraba a mí mirándola a ella.

Le tocó el turno de abonar, no mostró el frasco de champú y nadie le impidió el egreso.

Vivamente consternado por lo que acababa de presenciar, con el pulso siempre acelerado, pagué mi compra y me quedé sentado en el auto antes de irme, meditando.

Está claro: El valor de lo que se llevan los ladrones está incluido en el precio de lo adquirimos quienes pagamos nuestras compras. Mi inconciente lo supo antes que yo: la señora me robó a mi. Por eso tuve las palpitaciones.

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22 comentarios:

Anónimo dijo...

La señora debe de tener una enfermedad, o no se cree merecedora de lavar su cabello, por eso necesita robarlo. O quizás es el precio que pagamos por vivir en una sociedad tan consumista.

Anónimo dijo...

La violencia moral es casi tan insoportable como la violencia física.

Anónimo dijo...

A mi me sucedió algo similar cuando delante mío un punguista le extraía dinero a un señor mayor y no pude avisarle por el terror que me vino.

Anónimo dijo...

El cardiólogo me dice que no le haga caso, pero no puede ser que cada dos por tres presencie cualquier cosa y sienta que el corazón se me va a escapar del pecho.

Anónimo dijo...

Hay personas que sienten cuando la están mirando. Mi mamá es una. A veces la miro a propósito y ella me pregunta sin voltearse: "¿qué miras, tengo monos en la nuca?"

Anónimo dijo...

En los comercio de mi ciudad (Santiago) les puedo asegurar que esa mechera no se escapa sin pagar. Si lo intentara, alguno de nosotros alertaría.

Anónimo dijo...

No me parece que el relator-observador haya sentido que le robaron a él. Esa es una elucidación posterior. Creo que el relator se siente identificado con la protagonista. Entonces él también se pone nervioso, teme él mismo ser descubierto (vaya a saber en qué) y la adrenalina le dispara el corazón.

Anónimo dijo...

Esos ojos están hechos para robar ... el corazón!

Anónimo dijo...

Quítele el primer párrafo al relato y verá que le da más efecto.

Anónimo dijo...

Robar es siempre en última instancia, robar la confianza. Eso es muy grave para el mundo, para un país, una familia, un grupo, una pareja. Es grave siempre¡vamos!

Anónimo dijo...

Yo soy cleptómana. Voy por la calle y miro las cosas con la intención de hurtarlas. Las papeleras de la intendencia, los adoquines de alguna perdida calle empedrada, las pelucas de los travestis, los chicles que mastican los adolescentes, el alma que asoma detrás de una mirada, el abrazo de dos personas que se encuentran, el portafolios del ejecutivo, el caballo de la familia que recoge basura, los lentes de un anciano, la sencillez de una vida nueva berreando desde un changuito, los novios a la salida del Registro, la bandera nacional, el sapo Ruperto, el pasto del estadio centenario, las amigas de mis amigas, todos los novios del mundo, el agua transparente, los atardeceres en la playa... y mi muerte.
Siempre quise robar mi muerte y llevarla a algún lugar seguro.

Anónimo dijo...

En el lugar donde trabajo cada dos por tres se roban algo. Pero yo no trabajo en un lugar cualquiera. Es un sitio que en cierto modo podría ser un hogar (aunque mi jefa detesta esa definición) . Los usuarios que están en esa casa de paso, esa casa donde intentan mejorar su situación de vida, se ven obligados a llevarse cosas. Sé que la culpa es del hogar. Es un hogar que promete las conquistas más valiosas ¿quién no querría llevarse al menos un pedacito?

Anónimo dijo...

¡Pobre mujer! ¡No ve que se llevó el champú porque sino tiene que andar con la cabeza tapada!

Anónimo dijo...

La impunidad es injusta. Hasta por un desliz se paga caro y no castigar a quienes se metieron en la mierda, más allá de que todo victimario es también y antes que nada víctima, es algo que no podemos asimilar, dada la organización actual de las cosas.
La justicia es todo lo justa que puede de acuerdo al nivel de desarrollo al que como seres humanos hemos llegado por el momento. Pero aún así es evidente que tenemos que aplicarla.

Anónimo dijo...

Estar bien vestida y con las manos cuidadas forma parte del uniforme de los ladrones grossos.

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con Renata. Me parece probable que a nivel inconciente, desde un primer momento, el protagonista (que por otro lado es el relator, no la ladrona) se haya sentido estafado por el que robaba. Todo está interconectado y eso lo sabemos antes de poder razonarlo. Nuestros sentidos perciben así, nunca aislamos un olor, o una imágen, ni siquiera dejamos de percibir nuestro entorno cuando hacemos una caricia. Así que comprendo que el hombre se haya sentido estafado, antes aún de poder razonarlo.

Anónimo dijo...

Cuando comprendí que la señora me había robado hasta el alma, la perseguí. Estuve meses investigando y buscándola. Miraba los ojos de todas las mujeres, pero ningunos eran iguales a los de ella. Hasta que una noche, en ese mismo supermercado, fui a sacar una caja de cereales y allí del otro lado la vi. Me miró con indiferencia mientras escondía unos bombones garoto en sus bolsillos. "Me robaste el alma" , le dije en un rapto de pasión.
"Y vos quién sos, atorrante, andá a tomar cereal y dejame tranquila" Ante una respuesta tan cruel y dura, mis sentimientos se metamorfosearon. Comencé a sentir deseos de estrangularla, de hacerle pagar c/u de los días que el seguro por enfermedad no me retribuiría. Ella advirtió mis intenciones pero me miró con desprecio. Mis ánimos se incendiaron, estrangularla era muy poco, al menos debería acuchillarla con una de esas cuchillas baratas chinas. Pero no. Ella se fue otra vez, silvando bajo la lluvia como Sinatra. Y yo me he jurado venganza, pensaré en algo, se los juro, le arrancaré los ojos si es necesario.

Anónimo dijo...

Ud. Licenciado no conoce toda la historia. A la mina la dejaron salir, pero afuera se la llevaron unos policías de particular. La subieron a un auto sin matrícula policial, un viejo fusca celeste. No contaban estos altibos funcionarios, con el enorme poder de seducción de sus enormes...ojos negros. Con total desparpajo, ella los invitó a su apartamento, pero a condición de que le permitieran usar el champú. "No señora", dijeron inmediatamente los oficiales,"debemos incautarle la mercadería robada". Entonces ella, con la falta de cortesía que la caracteriza: "no pierdan energía ahora, la van a necesitar en el baño" . Los oficiales tenían miedo y pensaban que la mujer se refería a la debilidad de sus esfínteres asustados; pero no. Cuando quisieron acordar estaban jugando a una batalla de espuma en el yacusi.
El último comentario de la señora fue:"este champú hace buena espuma". Luego se quedaron dormidos y ya no la vieron nunca más.

Anónimo dijo...

Cuando le tocó el turno de abonar, escapó corriendo porque en el establecimiento estaban usando bosta seca.

Anónimo dijo...

Yo sé que mientras ud. meditaba adentro del auto, la mujer escondió la mercadería robada en el baúl. Tenga cuidado, lo están buscando.

Anónimo dijo...

Ud. no se dio cuenta pero aquella vez dio un espectáculo lamentable. Todos, absolutamente todos los presentes en el supermercado, pudimos observar como ud. la observaba. Por su culpa, por atraer nuestra curiosidad de manera tan tonta y funesta, los empleados ligamos una observación que pasará a legajo y para completarla, los clientes estuvieron 5 minutos sin comprar, razón por la cual deberemos asumir esa pérdida los trabajadores, en 8 cuotas sucesivas, con un 3% de recargo.

Anónimo dijo...

Vi como miraba a esa pobre mujer. En sus ojos no había piedad. Usted no conoce la misericordia. Dios se apiade de su alma.