sábado, 28 de agosto de 2010

Los humanos, no inspiramos tanta humildad como Dios

El apremio físico (tortura, acoso, persecución), es un procedimiento casi infalible para doblegar la voluntad de cualquier ser humano.

La crueldad, utilizada para extraer información, para imponer un mandato, para provocar una conducta determinada, es efectiva.

Sin embargo, cuenta con el indignado repudio de todos quienes no se benefician de esos resultados.

En otras palabras, si una familia compuesta por excelentes ciudadanos, padece el rapto de uno de sus integrantes y sabe que la policía tiene en su dominio a quien posee información sustantiva para rescatar a la víctima, estará de acuerdo con aplicar cualquier método para salvar al familiar.

Por el contrario, el resto de los ciudadanos, exigirá que los interrogatorios se realicen con absoluto apego a los criterios humanitarios, esto es, respetando estrictamente los derechos humanos más abarcativos y exigentes.

Esta duplicidad de nuestra moral, no solamente le quita seriedad sino que ratifica sin lugar a dudas que no podemos confiar excesivamente en nuestro discernimiento y menos aún, en la solidez de nuestra escala de valores.

Tengo serias sospechas que me orientan a pensar que muchas personas adolecen carencias materiales por exceso de soberbia, arrogancia, engreimiento.

En otro artículo (1) propuse tener en cuenta la confusión que en este sentido puede provocarnos la doble significación del vocablo «humilde», pues tanto significa «pobre» como «sumiso» (dúctil, obediente, manso).

Cuando la naturaleza nos impone dolores tan intensos que se parecen a esa tortura que (bajo ciertas condiciones) repudiamos, nuestro orgullo se desploma y caemos de rodillas pidiéndole al Todopoderoso (Dios) que nos ayude.

Rogar un alivio es (lingüísticamente) dejar de lado la a-rrogancia (no rogar).

Pero ni bajo el apremio de una tortura abandonamos nuestro excesivo orgullo, porque somos humildes ante un personaje imaginado como Todopoderoso, pero no podríamos serlo con nuestro cliente, para ofrecerle (servirle) lo que él desea.

(1) Los dos significados de «humildad»

Artículos vinculados:

Yo deseo, tu deseas, ... todos deseamos
El dinero se evapora como el alcohol

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10 comentarios:

Clementina dijo...

Lo que pasa es que algunos clientes parecen querer hacerse odiar con sus pedidos.

Orosmán dijo...

Si no se le ofrece al cliente lo que desea, mejor cerrá y dedicate a otra cosa.

Cecilia dijo...

En esta sociedad está mal visto dejar a un lado la arrogancia.
Pero también queda mal hacerse rogar.

Nazareth Inglese dijo...

El día que le ruegues
desde el azul del cielo
las estrellas celosas
nos mirarán ganar
y un cheque misterioso
anidará en tu telo
moneda misteriosa
que verás
será un consuelo.

Gumersindo dijo...

Esa jovencita rogaba por un poco de ropa.

Marcia dijo...

No se puede trabajar torturado. El tema no está en perder la arrogancia frente al cliente. Primero somos personas y después hacemos negocios o cumplimos con nuestro trabajo.

Mireya dijo...

Si dejo a un lado la arrogancia, me desarmo, doc.

el poeta dijo...

En caso de que el cliente sea muy poderoso, será fácil que en nosotros reverdezca la humildad.

Evaristo dijo...

Cuando se derrumba una escala de valores sólida, el individuo que la sostenía, ya se había derrumbado antes.

Alicia dijo...

Es correcto repudiar la tortura y también es correcto (aunque contradictorio) aceptarla cuando se trata de salvar la vida de un familiar.
Lo que es equivocado es empecinarse en eliminar las contradicciones.