Aunque se oculte por razones éticas, cuando las religiones estimulan el amor entre sus feligreses inevitablemente provocan el desamor a quienes no sean feligreses.
Una importante rama de la psicología se denomina Gestalt y está especializada en analizar las consecuencias psíquicas que se verifican a partir de cómo percibimos.
En varios artículos (1) he utilizado esta teoría para comentar ciertas particularidades de nuestra mente.
Nuevamente recurro a ella para contarles sobre cómo se organizan muchas personas para mejorar sus condiciones competitivas en la ardua tarea de ganar el dinero suficiente para acceder y conservar una aceptable calidad de vida.
Ya he mencionado (2) la formación de agrupaciones con el objetivo de obtener una mayor fuerza para defender sus intereses.
Observemos que la palabra religión define al conjunto de normas referidas a una divinidad. Por ejemplo, el catolicismo es una religión que legisla ciertas normas referidas a Dios y a Jesús Cristo.
Pero además el vocablo religión está formado por la unión de dos ideas: el verbo «ligar» (unir), antecedido por la partícula «re» que intensifica el significado del verbo.
Por lo tanto, el vocablo religión alude en su origen a la unión reforzada de personas.
De esta forma desembocamos en el concepto de corporación (2), sindicato, gremio, es decir, agrupamientos de personas con intereses compartidos que se fortalecen contra los intereses del resto de la comunidad.
Dado que en las religiones se favorece el amor entre sus integrantes (feligreses) y teniendo en cuenta el fenómeno perceptivo desarrollado por la Gestalt (percibimos por contraste del tipo blanco sobre negro, etc.), llegamos a comprender cómo es inherente a las religiones el desamor hacia quienes no la integran.
Y este desamor es el sentimiento más adecuado para el régimen de libre competencia del capitalismo.
En suma: las prácticas religiosas tonifican la agresividad competitiva.
(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor
(2) Las corporaciones también sirven para abusar
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14 comentarios:
La conclusión que saco de su planteo es que lo mejor es no tener religión, y en caso contrario elegir la más numerosa (así se deja de amar a menos gente).
El capitalismo y la religión se llevan bien. Me gusta.
Entonces estamos hablando de suma cero. El beneficio de unos (unirse para ser más fuertes y por lo tanto competir en mejores condiciones) se convierte en el perjuicio de otros (los que compiten en peores condiciones). Ambas partes no pueden salir beneficiadas.
Los sindicatos hacen bien en unirse porque todos juntos tienen menos peso que los empresarios, ya que les falta el poderío económico.
Los sindicatos hacen bien en unirse porque todos juntos tienen menos peso que los empresarios, ya que les falta el poderío económico.
Pertenecer a una agrupación, indefectiblemente distorsiona mucho la visión de la realidad. Pero estos agrupamientos son uno de los signos de nuestra época. Hasta ahora no sabemos hacerlo de otro modo. Formamos bloques con intereses comerciales, de defensa, con intereses nacionales. El diálogo en la interacción de estos bloques, es parte del enfrentamiento.
Las religiones son muy fuertes. Han sobrevivido milenios. Si las comparamos con las ideologías políticas y los movimientos culturales en general, son mucho más estables y duraderas.
Para los católicos, el amor entre los feligreses tiene que ser sobrehumano: "ama a tu prójimo como a ti mismo".
Las religiones dicen que se debe amar a todos sin distinción. No importa cuáles sean sus credos.
Le digo a Evangelina que no, que las religiones buscan ganar adeptos, convencer, imponerse. Amar no es colocarse por encima del otro sintiéndose el dueño de la verdad, faltándole el respeto a las diferencias.
Para peor, si bien en las corporaciones existen intereses compartidos, también hay competencia interna, luchas de poder.
Dado que le llamamos libertad a lo que no es libertad, tengo razones para suponer que le llamamos amor a lo que no es amor.
Me llamaron oportunista sólo porque me aparté del gremio después de que obtuve mi ascenso.
El sentido que más usamos es el de la vista. Por eso nos guiamos por las apariencias.
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