La comunicación no consiste en decir qué pensamos
sino en construir nuestra idea en la cabeza del receptor.
Este artículo puede aportarles
una idea a ciertas personas, pero resultará redundante para otras.
Para que usted no pierda
tiempo, pondré la idea nuclear al principio:
No existe una buena
comunicación cuando expresamos nuestro pensamiento, sino cuando logramos que
nuestro interlocutor construya en su cabeza la idea que necesitamos
trasmitirle.
Algunos habrán visto esos
buques armados dentro de un envase de vidrio, cuya boca es demasiado pequeña
como para que haya pasado por ahí. Sabemos que el vidrio no es flexible. La
belleza del objeto radica, fundamentalmente, en imaginar cómo se las ingenió el
constructor para armarlo en tan precarias condiciones.
En los parques de diversiones
solemos encontrar una especie de grúa, encerrada en una caja de vidrio, que
puede ser maniobrada desde afuera. Si este trabajo está bien hecho, podremos
extraer algún obsequio que nos premiará la habilidad, la paciencia, el ingenio.
Cuando hacemos compras por
Internet debemos cumplir un conjunto de pasos para que algún día el cartero nos
entregue el paquete con lo que encargamos.
En estos tres ejemplos
encontramos alguna forma de tele-comando, de
acción a distancia, de realización habilidosa, indirecta, con un limitado
control de nuestros movimientos.
Sin embargo, cuando necesitamos comunicarnos con otra
persona, apelamos más a la magia, a la telepatía, al voluntarismo, al
idealismo, a la esperanza de que el receptor de nuestro mensaje adivine qué
deseamos trasmitirle.
Cuando el receptor nos está mirando, esa magia es más
probable porque detecta nuestro estado de ánimo, capta nuestros gestos y la
energía desplegada. Cuando hablamos por teléfono el mensaje pierde todos los
complementos visuales y cuando nos comunicamos por escrito la construcción de
nuestra idea en la cabeza del receptor adquiere la máxima dificultad.
(Este es el Artículo Nº 2.092)
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