Quienes solo dan opiniones pero
nunca hacen algo se parecen a quienes se burlan de las trabajosas
responsabilidades maternales.
Alguna
vez me contaron, leí o escuché, que Marck Zuckerberg
(creador de Facebook) fue demandado por alguien que dijo ser quien tuvo la idea de
Facebook, y que Zuckerberg le habría respondido: “La idea fue tuya pero ¿quién
hizo Facebook?”
Algunos
pretenden mover el mundo con gestos espermatogénicos (generadores de
espermatozoides), es decir, solo con ideas, sin hacer nada, como sí hace el
cuerpo de la mujer que gesta, pare y luego alimenta.
El
modelo femenino es el más valioso: las ideas, por sí solas, no tienen ningún
valor y su autor no debería reclamar nada..., o casi nada.
Dicho
de otro modo: En la construcción de
un nuevo ser humano, el varón copula y entrega su semen al cuerpo de la mujer
quien, a partir de ahí, comienza un trabajoso proceso que dura nueve meses, que
luego continúa con la alimentación que proveen las glándulas mamarias y que,
como si todo esto fuera poco, sigue por más de 18 años.
Estoy
comparando este placentero acto masculino de copular para entregar el semen con
la generación de ideas que otros puedan convertir en útiles.
Los
derechos de autor son derechos vacíos, monárquicos, llenos de orgullo por la
nada misma, igual que las ideas que no sean llevadas a la práctica.
Con
esta ideología que enaltece a quienes dan ideas y menosprecia a quienes las
ponen en práctica, estamos rodeados de gente que habla, escribe y pretende que,
con esas autoproclamadas «genialidades», todos le rindamos tributo, le demos
una pensión vitalicia, los cuidemos como a la abeja reina.
Esta
situación subvierte los valores, estimula a quienes se dedican a opinar
cómodamente, como esos varones que menosprecian, con actitud pedante, las
cansadoras tareas maternales
(Este es el Artículo Nº 2.083)
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