La represión sexual
genera la duda, que remplaza la entrada y salida del pene, generando una
inacción que impide producir.
Por algún motivo que no
conozco, ni conoceré, la pobreza me provoca dolor
ajeno. Felizmente tengo lo suficiente para vivir dignamente, pero
me duelen las carencias materiales en los niños, en las mujeres y en los
hombres (en ese orden).
El culto a la pobreza que predican las religiones cristianas
me parece nefasto, cruel, hipócrita. La promesa de un más allá para que unos pocos aprovechen las riquezas que desprecian
los pobres y crédulos, me parece una estafa tan grande que excede nuestro campo
visual: por eso no la vemos directamente sino que tenemos que inferirla.
Además de la prédica explícita y dogmática contra el bienestar
material, las políticas (religiosas o no) que reprimen la sexualidad provocan,
en muchas personas, un estado emocional que les impide producir lo que
necesitan para vivir dignamente.
En otras palabras: la represión sexual genera pobreza.
El razonamiento que fundamenta esta aseveración no proviene
de la economía que, como ya he mencionado, hace siglos que lucha
infructuosamente contra la pobreza. Les propondré un razonamiento con lógica
psicoanalítica, es decir: irracional, nativo del inconsciente.
El instinto sexual se expresa con la entrada y salida del pene erecto del genital, boca o ano de otra
persona. Esta otra persona también ejerce su instinto sexual con la entrada y salida de un pene erecto, de
su vagina, boca o ano.
La prohibición, represión, proscripción de realizar esta entrada y salida como sería natural,
hace que muchas personas realicen ese mismo movimiento pero mediante el
ejercicio de la duda. Sus mentes, sexualmente inhibidas, dudan: si-no,
ahora-después, voy-me quedo, hago-no hago.
En suma: la
duda, que remplaza la entrada y salida
del pene, produce dudas paralizantes, bloqueadoras de la acción.
(Este es el Artículo Nº 2.099)
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