Quien pregunta demasiado causa la sensación de que
tiene dificultades para asumir una responsabilidad, para asumir un compromiso.
Como dice una canción que
interpreta Alberto Cortez: “Ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida”.
Hay trabajadores que preguntan
demasiado y trabajadores que deberían preguntar un poco más.
Sin ir más lejos, hace un año
que estoy pagando las consecuencias de que un sanitario no me preguntara si yo
aprobaba o no sus decisiones.
Pero este artículo se refiere
a quienes preguntan de más.
Los niños suelen llamar la
atención por cuántas preguntas les hacen a sus padres, hermanos, maestros.
Algunos interpretan esta
actitud como una señal de curiosidad, de inteligencia, de avidez por aprender,
pero no es así. Esta interpretación es errónea.
Los niños preguntones se
sienten afectivamente inseguros. Lo que parece una pregunta muy intelectual, es
en realidad algo parecido a «¿Me quieres?», «¿Ocupo un lugar en tu
vida?», «¿Hoy estás enojado conmigo?».
Lo que un niño pregunta es más
bien buscando cuál es el tono de voz de la respuesta o si esta respuesta es
igual a la que recibió anteriormente.
Ansioso por saber qué lugar
ocupa en el interés del otro, utiliza este método para obtener información
valiosa: tono de voz y ratificación.
El tono de voz le indica el
estado de ánimo del consultado y la ratificación le indica si el adulto es
confiable, si se contradice, si le dice la verdad, o no.
Un empleado o un profesional
que haga demasiadas preguntas a su empleador o a su cliente, causa la sensación
de que es un niño afectivamente inseguro.
También causa la sensación de
que tiene dificultades para asumir una responsabilidad, es decir, la habilidad
para responder, para asumir un compromiso y, en definitiva, para ser confiable
al realizar un trabajo.
(Este es el Artículo Nº 2.085)
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