Las diferencias en el
valor de los objetos nos angustian porque evocan nuestras dudas sobre cuánto
valemos para los demás.
Imaginemos que una persona pregunta el precio de un cierto
objeto. Cuando el vendedor responde la pregunta el interesado dice: «Es
demasiado caro», a lo que el vendedor le responde: «¡Nadie lo vende más barato
que yo!
Este simple diálogo no es tan simple porque, si no le
agregamos más datos, nos quedamos sin saber cuál es la situación real.
Cuando un comprador dice que el objeto de su interés es demasiado caro, puede querer decir:
— Que el dinero del que dispone no es suficiente para
pagarlo;
— Que ese mismo objeto puede conseguirse por menos dinero
con otro proveedor;
— Que miente al decir que es demasiado caro solo para sacar
verdad de mentira, es decir, para que el vendedor, que no esté muy seguro
de que su oferta es realmente competitiva, haga una rebaja injusta, que lo
perjudique y que beneficie al comprador que intenta engañarlo;
— Que el comprador nunca supo el valor de un objeto similar
y que, pensando en voz alta, reconoce
que no imaginaba que fuera tan costoso;
— Que, al existir varias calidades de ese mismo objeto, es
lógico que algunos sean más costosos que otros, y que el comprador, al decir
que este es demasiado caro, esté
queriendo decir que prefiere comprar una opción más económica.
Si usted aún sigue leyendo, se merece saber que el análisis
de estas diferentes alternativas es aburridor para casi todo el mundo y que
dicho letargo intelectual es la causa de que tengamos tantas dificultades en el
manejo del dinero.
Nos aburre porque nuestra mente rechaza estas alternativas
que tanto nos recuerdan a nuestro principal motivo de angustia: ¿Cuánto valemos
para los demás? ¿Nos aceptan (nos compran) o nos abandonan?
(Este es el Artículo Nº 2.086)
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