En la infancia aprendemos que cuando alguien dice «mi juguete», «mi casa» o «mi mamá», está haciéndoles saber a los oyentes que es poseedor del juguete, la casa o la mamá.
Los criterios de posesión son muy amplios, genéricos e imprecisos y siempre que sucede esto, nuestra inteligencia adopta la definición mejor alineada con nuestro deseo: ser dueños absolutos de algo.
En este caso, «mi juguete» significa que nadie más que yo puede hacer uso y abuso de él, excepto que yo se lo autorice expresamente.
Lo mismo con mi casa y mi mamá.
Esta definición tan alegre, no tarda en demostrar sus fallas y nos toca observar cómo nuestra madre nos quita nuestro juguete y se lo entrega a nuestro hermano quien, en un gesto por demás indignante, deja de llorar y nos mira con un gesto burlón que nos indigna mucho más.
A continuación, imaginamos formas de matar a ese desgraciado (mi hermano) y a esa traidora (mi mamá) quienes, a pesar de ser míos, no hacen lo que deseo.
Estas trágicas historias vividas cuando nuestra psiquis era mucho más débil y omnipotente que ahora, pueden marcarnos un decisivo rechazo a cualquier cosa o persona que se nos quiera ofrecer como propio.
Sabemos que tras esa seductora propuesta hay una frustración, un doloroso desengaño, la desilusión caerá sobre nosotros como un castigo de la naturaleza.
De ahí que, muchas personas, sin saberlo (inconscientemente), prefieran eludir, evitar, tomar distancia de toda situación en la que se nos quiera hacer creer que algo nos pertenece.
La pobreza patológica podría ser una consecuencia de esta actitud.
No querer nada como propio, equivale a no tener bienes, no tener dinero y a desconfiar del sacrosanto principio de la propiedad privada, que es la columna principal del sistema capitalista en el que vivimos.
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11 comentarios:
Nuestra persona nos pertenece, por duro que parezca.
Querer dinero y desconfiar del principio de propiedad es una combinación complicada.
Siempre tuve dos casas: la de mi madre y la de mi padre. Siempre tuve dos tipos de juguetes: los míos y los de mi hermanastro. Siempre tuve dos madres: la de mi padrastro y la de mi padre.
En conclusión sólo fueron míos se verdad, unos pocos juguetes.
Lo que aprendí de chico fue que todo lo mío, antes había sido de alguien. Podía haber sido de un hermano, un primo o de una venta económica. Esto dejó una huella en mí. Jamás me compro un vaquero nuevo, me da una especie de fobia, siento que algo no funciona, que estoy tomando por el mal camino.
Yo soy tuya hasta donde empieza el derecho de los demás.
Nada más propio que el alimento que me llevo a la boca y pasa a formar parte de mi cuerpo.
Vaya pertenencia!
Descubrí que Mr. Músculo tiene una psiquis débil y una fantasía omnipotente. Es como un niño... qué tierno.
La desilusión camina desganada, mira con desprecio a los que creen, nos apunta con el dedo de la perspicacia, es inapetente y anorgásmica; pero nunca se deprime.
Todo lo que tengo está "a las órdenes", salvo mi cepillo de dientes y mis bombachas.
Mis bienes sufren un doloroso desengaño, cuando les confieso que no tengo dinero como para conservarlos.
Ni yo hago lo que deseo! Menos voy a esperar que lo hagan los míos.
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