Nuestros antepasados indígenas, salvajes, bárbaros, eran muy ignorantes.
Ellos no sabían nada de lo que nosotros sabemos.
No tenían idea de cómo una mujer quedaba embarazada, los objetos eran atraídos hacia el suelo por la exclusiva voluntad de un espíritu poderoso que tenía esa costumbre, las estrellas nos miraban curiosas, atentas, admiradas de nuestra maravillosa perfección.
Recuerdo que cuando cursaba segundo año de escuela, no podía imaginar que la maestra tuviera algo más para enseñarme el día siguiente. Tenía la sensación de saberlo todo.
También me preguntaba —con mucha mayor angustia—, por qué algunos niños eran traídos y llevados en auto, o por qué algunos niños tenían novia y yo no, o por qué algunos niños recibían mejores calificaciones por sus trabajos.
A partir de estas preocupaciones, desarrollé una teoría simple y perfecta: «algunas personas poseen el secreto del éxito».
¿Cuál era ese secreto? ¿Cómo podría descubrirlo? ¿Quién me lo diría?
La respuesta también fue muy sencilla: «El secreto del éxito se descubre estudiando».
Los maestros, profesores, sacerdotes, lectores en general, son personas que saben, poseen la verdad, conocen los secretos.
Entonces, si ellos poseen las claves ¿por qué no las informan? ¿por qué se las guardan? ¿por qué dan tantas vueltas para compartir sus secretos?
La respuesta también fue muy sencilla: «Para entender los secretos hay que estar preparado, tener conocimientos previos, desarrollar ciertas capacidades mentales».
Con esas conclusiones (prepararme para poder recibir de los sabios el secreto del éxito), estudié, leí, medité, consulté, escuché atentamente hasta las conversaciones más triviales.
Parloteaba sobre este interminable y laborioso recorrido desde mi diván, mirando siempre la misma ventana, sin saber si mi analista me escuchaba o no, si se había dormido, si estaba leyendo, si había fallecido, cuando me dijo (quizá con tono burlón):
— ¿Verdad? ¿Secreto? ¿De qué está hablando?
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13 comentarios:
Mmmmm, para mí que ese psicoanalista lo agarró para el lado del Edipo.
De todo lo que decís, los psicólogos se quedan con las dos palabras que les sirven.
Los sabios que buscan el éxito, se guardan el secreto.
Cada vez que supuse la existencia de un secreto muy especial, luego me sentí defraudada. No hay algo tan simple como un secreto; sólo las puertas se abren con una llave.
De niño nunca se me habría ocurrido que el secreto del éxito se descubre estudiando.
Después de todo, algo debe haber descubierto. Por eso es que ahora está en un diván.
El libro del niño me hizo acordar a las enciclopedias. Eran tan bonitas, tenían un olor tan rico, y las páginas satinadas, las fotografías maravillosas. A mi me encantaban las del fondo del mar.
Por suerte los adultos no me transmitieron esa imágen de mis antepasados.
No sé cómo hacía, pero ante la injusticia, yo siempre tenía una justificación que me calmaba.
Estando en segundo año de escuela no era tan optimista. Sabía por mi hermana, que estaba en sexto, que durante 4 años más, las maestras tendrían siempre, cada día, algo más que enseñar.
En aquel entonces yo era como los indígenas, no tenía idea de cómo una mujer quedaba embarazada, pero había desarrollado fuertes teorías al respecto.
Yo leí un montón de libros sobre el secreto del éxito y no se lo recomiendo a nadie.
A mí me molestaba que mis padres cerraran la puerta de su cuarto, en tanto yo debía mantenerla abierta. Me parecía una horrible injusticia.
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