jueves, 7 de febrero de 2008

Neurotransmisores – Gragea Nº 42

Quien se queja le pasa una factura a quien escucha esa queja.

Aunque suele negarlo, el quejoso procura disimuladamente que el receptor de su queja la interprete como un reclamo legítimo.

Si el receptor siente que puede o debe hacer algo para que esa queja disminuya o desaparezca, quizá lo haga y el quejoso termina recibiendo algo que en realidad ni se lo ganó ni se lo merece.

En estos casos «se juntan el hambre con las ganas de comer», porque el quejoso intenta recibir un beneficio gratuitamente y el receptor se cree tan protagonista de todo lo que acontece a su alrededor (egocentrismo) que se siente obligado a resolverle los problemas al otro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Conozco gente así. Me doy cuenta porque mientras escucho sus cuitas, siento que surge en mi un extraño sentimiento del tipo "pobre persona, mirá lo que le está pasando", "qué lindo sería si yo tuviera de sobra todos esos recursos que para él significarían no estar teniendo que lamentarse así".

En general me salvo cuando el o la que se queja se toma mucho tiempo para decirme lo mal que le va y me da tiempo a reaccionar con la frase mágica "Es una lástima pero no me corresponde a mí ser la solución de su vida".

Estas personas a las que yo me refiero tienen el arte especial de hacerme sentir muy responsable de sus vicisitudes.

Esta bueno que acá aparezca escrita la descripción para que uno pueda pensarla más tranquilamente.

Anónimo dijo...

A los quejosos de vocación no los tomo enserio (quizás injustamente, pero los oigo como quien oye llover) Es una pena porque es gente que realmente necesita ayuda (para curarse, no para lo que piden) pero es difícil que alguien sienta el impulso de querer escucharlos en serio.