Cada tanto ocurre algo que pone a prueba el sistema inmunógeno de los humanos.
En otras palabras, nuestra capacidad de sostener el fenómeno vida, pasa por algunos exámenes.
Todos sabemos que las enfermedades provocadas por agentes patógenos (microbios), provocan en nosotros una respuesta defensiva (a cargo del sistema inmunógeno), que combate a esos microorganismos.
Si nuestro cuerpo puede defenderse, es porque superó la prueba y seguimos vivos, si no puede defenderse, morimos.
Existen otros chequeos de nuestra capacidad para seguir vivos, que no dependen de la intervención de agentes patógenos.
Los cambios culturales, tecnológicos, políticos, económicos, nos demandan un esfuerzo similar al que tiene que hacer nuestro cuerpo contra los microbios.
De modo similar, nuestra capacidad adaptativa a las nuevas condiciones de vida, determinarán si podemos seguir vivos o no.
La forma en que nos afectan los cambios culturales, es menos visible que las afecciones orgánicas.
En el artículo publicado con el título Los pobres ayudados y los explotados les comentaba que los seres humanos necesitamos tres insumos básicos para mantenernos vivos: comida, abrigo y amor.
Ahí les decía que las necesidades básicas tangibles (comida y abrigo), son objeto de atención de la ciencia, los políticos y los medios de comunicación, pero que el insumo intangible (amor), no era tenido en cuenta.
Cuando son los cambios culturales los que ponen a prueba nuestra capacidad para seguir vivos, nuestro talón de Aquiles es la necesidad de amor.
Las nuevas generaciones imponen otros códigos de comunicación, estilos de vida, filosofías, valores, criterios, normas, modas, costumbres.
Los seres humanos más vulnerables, se caracterizan porque critican y combaten los cambios, endurecen su conducta frente a los que sí se adaptan, pero esa rigidez los vuelve más frágiles y ... quizá no aprueben el examen.
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9 comentarios:
Se necesita amor para querer lo nuevo, lo que traen las nuevas generaciones. A veces creemos que eso implica renegar de los aportes de la generación a la cual pertenecemos. Nuestra sobervia, o mejor aún, como ud dice, nuestra fragilidad, nos llena de prejuicios y temores ante las nuevas propuestas. Aunque la mayoría de ellas son las mismas que ha presentado la humanidad desde siempre, y lo único que se les cambia es el ropaje. Pero ese ropaje nuevo es muy importante, aprender a quererlo es la diferencia entre integrarse o permanecer por fuera.
Voy a sincerarme. He descubierto la envidia que me provoca la juventud y que me lleva a despreciar sus descubrimientos. Digo que es envidia porque no tengo la misma actitud cuando un niño descubre como hacer equilibrio para comenzar a caminar, o cuando aprende la manera de mover su boca para decir una palabra. Frecuentemente despreciamos a los jóvenes porque "cuando vos fuiste yo ya volví". Nos olvidamos que nosotros también fuimos jóvenes y lo que es peor, los envenenamos con nuestro propio veneno.
Me gusta su sinceridad Marta, pero no hable por boca de los demás. No use el nosotros cuando habla de una experiencia personal.
Somos muchos más los adultos que admiramos el empuje y la frescura de los jóvenes, sus características positivas, su falta de cinismo, su belleza. Tienen también aspectos despreciables, quién no los tiene? Pero envidiarlos es cosa suya, Marta.
Necesitamos amor por la vida para interesarnos por ella en todas sus facetas y para apreciar con interés los cambios que en ella se producen.
Me parece que aquí no se está teniendo en cuenta que las sociedades viven períodos de decadencia, y que en este momento podemos estar en uno de ellos.
En este caso los agentes patógenos serían el miedo al cambio y el miedo a la pérdida (como decía el psicólogo argentino Pichón Rivière). El miedo a la pérdida de nuestra juventud, nos puede llevar a defendernos aferrándonos a ella. Una forma de aferrarse puede ser afirmar que nuestra juventud era mucho mejor.
Los cambios tecnológicos y económicos me superan. Tendría que preguntar, estudiar, practicar, y no me quedan muchas ganas después de 10hs de trabajo. Cuando llego a casa mi prioridad es atender a mis hijos.
La vida es mucho más sencilla. Dios es inmutable. Debemos acercarnos a Dios para encontrar la paz.
Ningún microorganismo me ataca tan fuerte, como el que aparace siempre en las reuniones de condominio.
Me falta amor, lo acepto, me falta amor... y un palo de beisbol para dárselo en la cabeza.
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