La mayoría de los occidentales considera, sin darse
cuenta, que la mujer constituye, para los hombres, una compañía tóxica, que
solo es admisible en la dosis mínima.
En otro artículo (1) les
comentaba que los varones somos, básicamente, polígamos, pero que, al llegar a
la ancianidad tenemos que buscar la compañía de una sola mujer porque ya nadie
nos convoca para ser padres de sus hijos y, si alguna lo hiciera, nuestro
cuerpo nos impediría un desempeño tan eficiente como cuando éramos jóvenes.
Aunque de baja intensidad, la guerra entre los sexos existe.
Ellas nos critican y nosotros las criticamos. El propio acto sexual fecundante
requiere algo de agresividad de parte del varón, que ella soporta excitándose aún más.
Mayoritariamente, ellas desean hombres en exclusividad,
necesitan que él sea monógamo, no desean compartirlo con otras mujeres, como si
fuera uno de esos objetos que tradicionalmente nadie presta: la moto, la
guitarra, la ropa interior, los zapatos.
La Iglesia Católica es, en la cultura occidental, la que
tiene más cantidad de fieles.
Observemos esto: Quienes no pertenecemos a esa congregación
podemos pensar que para ellos lo mejor es no vincularse con mujeres porque,
desde los sacerdotes de menor jerarquía hasta el Papa deben ser célibes, es
decir: son hombres que evitan al sexo femenino para cumplir su tarea.
A continuación podemos pensar que los fieles masculinos no
deberán tener más de una mujer cada uno. La Iglesia Católica profesa la
monogamia. Aunque irracionalmente todos consideran que la monogamia enaltece a
la mujer, la lógica me sugiere todo lo contrario pues la considera un ser
bastante inconveniente, poco valioso, necesaria solo como vientre. De hecho,
las monjas ocupan un lugar categóricamente secundario dentro de las jerarquías
eclesiásticas.
En otras palabras: si los mejores varones de la Iglesia
Católica no aceptan la convivencia con alguna mujer y a los varones no
sacerdotes se les autoriza la convivencia solo con una, entonces esta
restricción es protectora de los varones y no de las mujeres ni de la familia,
como se alega insólitamente.
En suma: La
iglesia que concita la aprobación de la mayor cantidad de personas está
diciendo que la mujer para el hombre es inconveniente y que, si no hay más
remedio, que se vincule con una sola (monogamia).
Para reafirmar este desprecio al sexo femenino, nos
encontramos con que todos los religiosos entienden que un varón que se vincule
con más de una mujer (polígamo) es alguien reprobable. Las mismas mujeres, en
un gesto paradójicamente machista, repudian a los varones que las aceptan
demasiado.
Todo esto es muy normal en una cultura 99% neurótica, que
piensa una cosa, hace otra, pero desea una tercera. Es decir, predomina la
neurosis. Puesto que esta organización psíquica patológica disminuye la
eficacia productiva, podríamos estar ante una de las miles de causas
(desvalorizar religiosamente a las mujeres) por las que no podemos erradicar la
pobreza.
(Este es el Artículo Nº 2.123)
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