Las miles de historias en las que un débil vence
a un fuerte, pertenecen a la misma categoría literaria y logran el mismo
efecto: adormecer la actitud reivindicativa de quienes necesitan ganar dinero
para alimentar a sus familias.
La historia de David y Goliat
es una de tantas anécdotas en las que alguien débil vence a otro mucho más
fuerte que él.
Algunos dicen que esta
estructura dramática funciona bien porque, en el fondo, todos quisimos vencer a
papá o a mamá. La vieja reivindicación infantil reaparece en cada
acontecimiento en el que, otra vez, se repite aquella historia nuestra en la
que fuimos dolorosamente subordinados, sometidos, aplastados, por la autoridad
invencible de papá o de mamá.
Por supuesto que David era el
personaje débil y Goliat era el personaje que, a pesar de su enorme tamaño y
fuerza, terminó vencido por el pequeño David (músico y un poco psicólogo).
Sin embargo, lo que me parece
más importante de toda esta repetición del esquema literario caracterizado
porque el «débil vence al fuerte», es la anestesia que adormece algún intento
reivindicativo llevado adelante por los pobres adultos responsables de
conseguir lo mejor para sus hijos.
Si ese varón, que tiene que salir a conseguir provisiones para su
familia, se emborracha con estas
historias que lo seducen al punto de hacerlo sentir triunfador, seguramente
quedará incapaz de conquistar las riquezas que intentaba conquistar antes de
escuchar esta historia hipnótica.
En suma: Cada vez que una
historia muestra una lucha despareja en la que gana el más débil, estamos ante
una dosis anestesiante de la capacidad combativa que deberían tener los pobres
si realmente quisieran abandonar esa condición.
(Este es el Artículo Nº 2.139)
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