martes, 11 de marzo de 2014

Territorio suficientemente frustrador


Lo que podemos saber de una buena relación madre-hijo podríamos aplicarlo para imaginar cómo debería ser una buena relación entre las posibilidades de cada territorio y el desarrollo esperado de sus habitantes.

La relación entre la madre y el hijo es fortuita, casual, depende de la suerte: tanto puede ser excelente, como regular o, directamente, mala. Quizá la misma mujer funcione bien con un hijo y mal con otro. Depende de ambos; de la suerte de ambos.

Quizá, de forma similar, algunas personas pueden desarrollarse bien en un cierto territorio y a otros costarles más.

Forzando un poco las palabras, la madre biológica y la madre tierra, (el lugar donde nacimos), tienen semejanzas.

Cuando todo anda bien con nuestra mamá de carne y hueso, ella nos atenderá inmediatamente, o nos dejará llorar un rato, o nos dejará llorar mucho rato.

Cuando todo anda bien con el lugar donde nacimos, tendremos todo al alcance de la mano y eso nos hará muy prósperos o, por tenerlo todo al alcance de la mano adoptaremos una actitud indolente. Para la mayoría de las personas, una madre muy protectora y un territorio demasiado generoso, atrofian el desarrollo.

Existe alguna justa medida, para cada hijo, para cada madre, para cada edad del hijo, para cada riqueza o pobreza territoriales. Esta justa medida nadie la conoce a priori, pero se supone que existió cuando los resultados finales son satisfactorios.

Donald Winnicott (1) fue un psicoanalista inglés que dedicó casi toda su obra a estudiar esta relación entre la madre y el hijo. No me extrañaría que, si nos esforzamos lo suficiente, podríamos entender que sus estudios son una metáfora adecuada de cómo es la relación entre los ciudadanos y el territorio en que habitan. Quizá este hombre, sin darse cuenta, estudió cómo nos desarrollamos los seres humanos según la riqueza o la pobreza del territorio donde crecemos.

En términos generales, es posible afirmar que a los humanos nos tonifican más las frustraciones que las satisfacciones. Cuando no tenemos más remedio que enfrentar algunos desafíos para sobrevivir, se desarrollan nuestras capacidades y resistencias, convirtiéndonos en buenos ejemplares adultos (realistas, disciplinados, perseverantes, solidarios, audaces, maduros, responsables, éticos). Cuando lo tenemos todo al alcance de la mano y sobrevivir no implica esfuerzo ni riesgo alguno, nuestras capacidades y resistencias no se desarrollan y nos convertimos en débiles ejemplares adultos (indolentes, fantasiosos, anárquicos, impuntuales, lentos, corruptos, inconstantes, dependientes, pedigüeños, quejosos, inmaduros).


(Este es el Artículo Nº 2.147)


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