Lo que podemos saber de una buena relación
madre-hijo podríamos aplicarlo para imaginar cómo debería ser una buena
relación entre las posibilidades de cada territorio y el desarrollo esperado de
sus habitantes.
La relación entre la madre y
el hijo es fortuita, casual, depende de la suerte: tanto puede ser excelente,
como regular o, directamente, mala. Quizá la misma mujer funcione bien con un
hijo y mal con otro. Depende de ambos; de la suerte de ambos.
Quizá, de forma similar,
algunas personas pueden desarrollarse bien en un cierto territorio y a otros
costarles más.
Forzando un poco las palabras,
la madre biológica y la madre tierra, (el lugar donde nacimos), tienen
semejanzas.
Cuando todo anda bien con
nuestra mamá de carne y hueso, ella nos atenderá inmediatamente, o nos dejará
llorar un rato, o nos dejará llorar mucho rato.
Cuando todo anda bien con el
lugar donde nacimos, tendremos todo al alcance de la mano y eso nos hará muy
prósperos o, por tenerlo todo al alcance de la mano adoptaremos una actitud
indolente. Para la mayoría de las personas, una madre muy protectora y un
territorio demasiado generoso, atrofian el desarrollo.
Existe alguna justa medida,
para cada hijo, para cada madre, para cada edad del hijo, para cada riqueza o
pobreza territoriales. Esta justa medida nadie
la conoce a priori, pero se supone que existió cuando los resultados finales
son satisfactorios.
Donald Winnicott (1) fue un
psicoanalista inglés que dedicó casi toda su obra a estudiar esta relación
entre la madre y el hijo. No me extrañaría que, si nos esforzamos lo
suficiente, podríamos entender que sus estudios son una metáfora adecuada de
cómo es la relación entre los ciudadanos y el territorio en que habitan. Quizá
este hombre, sin darse cuenta, estudió cómo nos desarrollamos los seres humanos
según la riqueza o la pobreza del territorio donde crecemos.
En términos generales, es
posible afirmar que a los humanos nos tonifican más las frustraciones que las
satisfacciones. Cuando no tenemos más remedio que enfrentar algunos desafíos
para sobrevivir, se desarrollan nuestras capacidades y resistencias,
convirtiéndonos en buenos ejemplares adultos (realistas, disciplinados, perseverantes,
solidarios, audaces, maduros, responsables, éticos). Cuando lo tenemos todo al
alcance de la mano y sobrevivir no implica esfuerzo ni riesgo alguno, nuestras
capacidades y resistencias no se desarrollan y nos convertimos en débiles
ejemplares adultos (indolentes, fantasiosos, anárquicos, impuntuales, lentos,
corruptos, inconstantes, dependientes, pedigüeños, quejosos, inmaduros).
(Este es el Artículo Nº 2.147)
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