Aunque el diccionario
diga que los pobres son también humildes, creo que no pretender cobrar una
deuda o un trabajo realizado demuestra un exceso de arrogancia.
Aunque el diccionario de nuestra lengua indica que una
persona humilde es modesta y pobre, algo podría llevarnos a pensar que no
siempre es así.
Si bien no puedo denunciar con nombre y apellido, entre
otros motivos porque son demasiados, sé de infinidad de personas que se
resisten a cobrar lo que les deben, que tienen dificultades para fijar un
precio razonable al trabajo del que viven, que pagan generosamente todo lo que
deben y que nunca regatean el precio que les piden cuando necesitan comprar
algo.
En otras palabras, estas personas parecen humildes dados su
bajo perfil, su modestia, el apocamiento con el que se presentan ante los
demás.
El motivo de este artículo es denunciar la falsedad presente
en muchas de estas actitudes. Detrás de ese aspecto sumiso tenemos a una
persona tan soberbia que se cree Dios, alguien que no le cuesta nada hacer lo
que hace.
El planteo que proponen estos humildes es claramente asimétrico: no les gusta cobrar lo que les
adeudan, pero pagan hasta el último centavo de lo que deben a otros;
prácticamente no cobran nada por lo que producen pero disfrutan no regateando
las pretensiones lucrativas de quienes les venden algún bien o servicio.
Efectivamente, lo que pretendo denunciar, —con cierta furia,
por qué negarlo—, es esta falsedad, esta arrogancia disfrazada de sencillez,
este afán de mostrarse omnipotente, súper capaz, incansable trabajador, ser
humano con rasgos de Dios, porque no necesita ni comer, ni vestirse, ni
descansar, porque en su delirio despilfarrador de poder imaginario, quizá se
crea inmortal, puro espíritu, infinitamente superior a todos los demás.
Con gente así nunca podremos disminuir la injusticia
distributiva.
(Este es el Artículo Nº 2.143)
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