En este artículo les propongo pensar que la
distribución de la riqueza individual está estrechamente asociada al don de
mando con el que cada uno nace. Si la irregular distribución de la riqueza
responde a una característica natural de cada uno, podemos entender mejor por
qué nos cuesta tanto mejorar lo que consideramos una injusta distribución de
los bienes.
Este punto de vista no es muy
original, pero lo comento con usted porque generalmente no está considerado
como se merece.
No es lo mismo que alguien
tenga ciertas particularidades porque la Naturaleza se ocupó de dárselas a que
las posea por ineficiencia social.
La irregular distribución de
la riqueza genera un fuerte malestar social por considerarla relativamente
fácil de regularizar.
En nuestras cabezas está la
idea de que si la sociedad se equivoca, la sociedad puede rectificarse. También
está en nuestras cabezas que la Naturaleza es casi imposible de cambiar:
cadenas montañosas, océanos, temperaturas, fauna y flora.
Lo que les propongo pensar es
que la diferente distribución de la riqueza es una consecuencia del diferente
don de mando que cada uno tiene.
En pocas palabras: puesto que
unos pocos individuos son capaces de liderar, mientras que la abrumadora
mayoría no somos capaces de ejercer roles de mando, entonces podríamos suponer
que el patrimonio de cada uno está estrechamente vinculado a esas dotes
naturales.
Desde este punto de vista, la
irregular distribución de la riqueza acompaña la irregular distribución natural
del don de mando.
Puesto que no podemos
pretender igualarnos con los grandes jugadores de fútbol, o con los músicos
excepcionales, quizá no hemos logrado mejorar el reparto de la riqueza porque
esta está estrechamente asociada a características individuales que tampoco
pueden ser socializadas o redistribuidas con más justicia.
Sería igualmente ilógico
luchar para que la distribución de la riqueza del suelo o del subsuelo,
presentes en cada país, estuviera mejor repartida.
(Este es el Artículo Nº 2.187)
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