Para poder hablar del
dinero sin inhibiciones primero tendríamos que poder complacernos sin
inhibiciones.
Los trabajadores intelectuales
somos obreros de la construcción que procuramos edificar teorías utilizando
ideas como si fueran ladrillos.
Como todas las ideas son diferentes
no podemos juntarlas indiscriminadamente, como hacemos con los ladrillos que
son todos iguales.
El resultado de nuestro
trabajo es útil para algunos e inútil para todos los demás. Por este motivo,
nuestro oficio es igual a cualquier otro.
A partir de una idea intentaré
construir una teoría, que deberá ser fácil y breve, para no aburrir.
La idea madre dice: «Es útil todo lo que
produce alivio o placer».
Ejemplos: es útil un alimento porque alivia el hambre; es útil un juego
porque produce placer.
Agrego otra idea-ladrillo, que dice: «El dinero puede ser canjeado por
cualquier mercancía».
Por este camino, avanzo: si una mercadería es útil porque alivia o
complace y si el dinero puede ser canjeado por cualquier mercadería, entonces
el dinero es útil porque indirectamente alivia o complace.
Con estos pocos elementos ahora digo: si el pan es útil porque alivia el
hambre y puede ser comprado con dinero, este es indirectamente útil.
Resumo: el pan y el dinero son básicamente iguales porque, directa o indirectamente,
alivian. Ambos son útiles para cualquiera porque alivian o complacen.
Si podemos hablar serenamente del hambre y del pan, estaríamos en
condiciones de hablar con similar tranquilidad del dinero.
Nuestro razonamiento nos indica que podríamos hablar asuntos de dinero
con la misma libertad que hablamos de cómo aliviarnos, sin embargo, acá aparece
algo inesperado: si no podemos hablar de dinero es porque este también es útil
para complacernos y nuestra cultura no alienta el disfrute, más bien lo
condena.
En suma: para poder hablar
del dinero sin inhibiciones primero tendríamos que poder complacernos sin
inhibiciones.
(Este es el Artículo Nº 2.169)
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