Podemos suponer que las irregularidades en la conjugación de muchos verbos desacreditan nuestra capacidad de deducir y, por extensión, nuestra capacidad de pensar.
Es probable que las
irregularidades imprevisibles de nuestro lenguaje dificulten un buen desarrollo
de nuestras funciones pensantes, pero, sobre todo, nos provoquen una
desconfianza en nosotros mismos, que nos dificulten y hasta nos impidan
desarrollarnos tanto como desearíamos.
Más exactamente estoy pensando
que parte de la pobreza endémica entre los hispanoparlantes tenga, como una
causa más, quizá entre miles de otras causas, esta característica del idioma
que aprendimos a hablar desde pequeños.
Señalo expresamente que la
competencia lingüística es imprescindible para interactuar con la sociedad,
para sentirnos formando parte del colectivo, para poder unirnos a otra persona
y constituir una familia, para ganarnos la vida dignamente.
Por lo tanto, si tenemos
dificultades en aprender a hablar, leer y escribir razonablemente bien,
padeceremos una discapacidad.
Nuestro cerebro sabe conjugar
los verbos. Es por eso que podemos expresar el verbo ‘beber’ en pasado para
decir ‘bebí’, en presente para decir ‘bebo’ y en futuro para decir ‘beberé’. Nadie
tiene que enseñarnos a hacer estos cambios.
Nuestro cerebro NO sabe
conjugar los verbos cuando son irregulares.
Todo lo que no pueda acertarse
usando la deducción, inevitablemente pondrá en duda nuestro razonamiento y a la
capacidad de pensar bien.
Lo que intento decir es que si
con el verbo ‘caber’ no podemos acertar diciendo ‘cabió’, entonces ahí nos
encontramos con un dato de la realidad que descalifica una función mental tan
importante como es el lenguaje.
Los ejemplos de
irregularidades imprevisibles de nuestro idioma son varios (1). Por culpa de
ellos tendremos que abandonar nuestra deducción lingüística para adherir a
nuestra memoria. Por extensión, nuestra vida estudiantil hará especial hincapié
en la memoria y tratará de razonar lo menos posible.
Puesto que la memoria tiende a
resistir poco el paso del tiempo y dado que la función pensante es más
resistente, pero menos desarrollada por causa de las irregularidades del
idioma, la conclusión es la que observamos: nuestros estudiantes piensan muy
poco y nuestros adultos no recuerdan casi nada lo que estudiaron en su
juventud.
(Este es el Artículo Nº 2.181)
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