Por lo que aquí les comento, el empobrecimiento es
una situación mucho más normal que el enriquecimiento. Los hechos confirman
esta conclusión: existen muchos más pobres (normales) que ricos (anormales).
Por culpa del estómago no
podemos tener ingresos económicos más espaciados de lo que nuestra alimentación
nos exige.
Si hoy ganamos dinero
suficiente para los gastos del día, tenemos que pensar algo para resolver los
gastos del día de mañana.
Nuestra vida tiene que
organizarse de tal forma que podamos compensar una pérdida constante:
diariamente tenemos que reponer las energías consumidas. Es un egreso
imparable.
Una de las alternativas
consiste en tener un ingreso de dinero grande para ir gastándolo dosificadamente.
Si cometiéramos el error de
gastar en un día lo que cobramos esporádicamente, nos aseguramos que, cuando no
tengamos ingresos, no podremos comer.
Por lo tanto, lo único que
tenemos seguro es el egreso: si seguimos con vida tendremos hambre.
Esta seguridad del egreso, que
contrasta con la inseguridad del ingreso, nos provoca un estado de ánimo
especial: siempre tenemos la sensación que gastamos con facilidad y que ganamos
con dificultad.
El instinto de conservación,
en su tarea de orientar nuestra conducta para vivir el mayor tiempo posible,
nos envía señales dolorosas y placenteras. En general, las placenteras no son
otra cosa que el alivio de las dolorosas.
Subjetivamente también, ambas
sensaciones son vividas con dramatismo en el caso del dolor y con relativa
indiferencia en el caso del alivio del dolor (placer).
Si ambos fenómenos, (gastar y
ganar), tuvieran la misma intensidad, seguramente percibiríamos con nitidez el
esfuerzo por ganar y apenas nos daríamos cuenta del alivio obtenido cuando
gastamos.
A su vez, el esfuerzo doloroso
requerido para ganar dinero se nos presenta subjetivamente con mayor claridad
que la gratificación obtenida cuando satisfacemos las necesidades o deseos
acuciantes.
Con estos elementos podemos
concluir que el dinero se gana con dolor y se gasta con placer, por lo cual,
subjetivamente, tenemos más dificultad para ganar que para gastar.
Espontáneamente trataremos de
evitar el sufrimiento y, por lo tanto, trataremos de NO ganar dinero. Asimismo,
trataremos de aumentar los momentos de placer y, por lo tanto, trataremos de
gastar dinero.
El resultado es el ya
conocido: la administración de nuestros ingresos y egresos siempre estará
presionada al déficit, al empobrecimiento, a gastar más de lo que ganamos.
Al observar todos los
elementos acá reunidos, podemos decir que el empobrecimiento es una situación
mucho más normal que el enriquecimiento. Los hechos confirman esta realidad:
existen muchos más pobres (normales) que ricos (anormales).
(Este es el Artículo Nº 2.176)
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