En la negociación de las condiciones de trabajo (de un empleado con su empleador), pueden haber tres modalidades cuando se presenta un conflicto de intereses en el que el empleado se siente perjudicado (demora en los cobros, exceso de tareas, aumento de responsabilidades).
La modalidad que utilizan los empleados emocionalmente inmaduros cuando se sienten desconformes suele consistir en plantear sus reivindicaciones en un tono inadecuado (gritos, insultos, lágrimas).
La modalidad que utilizan los empleados emocionalmente no tan inmaduros, suele consistir en hacer planteos cuidándose de no gritar, insultar o llorar, pero amenazando con que renunciarán de no restablecerse las condiciones satisfactorias.
Los empleados maduros suelen esperar la ocasión oportuna para solicitarle a los responsables empresariales que rectifiquen su posición y —de no lograr el equilibrio adecuado—, renuncian (sin amenazar).
Para tener esta última actitud es preciso contar con un respaldo de dinero o crédito que permita conservar la calidad de vida durante el tiempo necesario para encontrar otra fuente de ingresos.
En economías estables (que no están cursando una crisis) son tan valiosos un buen colaborador como un buen empleador.
Por lo tanto en esta relación existe un equilibrio natural. Nadie es más importante que el otro (aunque subjetivamente uno de los dos puede sobrevalorarse o subestimarse).
Lo que dificulta manejar estas situaciones conflictivas está fuera del pensamiento consciente.
Toda posible pérdida (del colaborador o del empleo) nos remite a otras pérdidas más vitales como son el amor, la salud y la propia vida.
La dificultad para actuar serenamente en estos conflictos de intereses no proviene de la situación en sí. Proviene de esa evocación inconsciente que hace nuestro pensamiento, comparando —sin saberlo— la pérdida de un empleo con la pérdida de un amor, de la salud y hasta de la propia existencia.
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10 comentarios:
La pérdida del empleo puede ser tan terrible que no es necesario evocar inconscientemente otras pérdidas, para sentirse el tipo más desgraciado del mundo.
No cuento con respaldos de ningún tipo.
Me parece que los empleados emocionalmente inmaduros escasean, por suerte.
Las reacciones destempladas son más propias de las relaciones afectivas que de las laborales.
En la mayor parte de la situaciones que se nos presentan en la vida, no podemos darnos el lujo de ser espontáneos.
La bronca que genera una situación de injusticia, hace difícil que uno pueda mantener la calma, pero siempre es lo mejor, porque en estas situaciones el que se calienta pierde.
Los empleadores son más imprescindibles que los empleados.
Un empleado tiene que ser muy calificado para que la posibilidad de su renuncia se convierta en una amenaza.
Quizás peque por tener poca experiencia, pero a mí lo que me parece es que en la enorme mayoría de los casos, el empleado no tiene la posibilidad de negociar sus condiciones de trabajo.
Siempre el inconsciente creando dificultades!
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