viernes, 21 de octubre de 2011

Hijos: inversión o pérdida

Cuando los padres se debilitan física y económicamente, los hijos quedan enfrentados a cuánto se valoran a sí mismos.

Al menos en los pueblos rioplatenses (argentinos y uruguayos), puede decirse «Fulano, regalado es caro», para significar que «Fulano» no tiene valor, que es una persona despreciable, inútil, inservible.

En condiciones normales, nadie se alegra de recibir esta cotización. Por lo tanto, de una u otra manera, todos tratamos de ser «ciudadanos meritorios», «grandes compañeros de trabajo», «buenos amigos», «hijos maravillosos».

Retomo un tema del que he compartido con ustedes dos o tres comentarios (1) y que refiere a la supuesta deuda de gratitud o económica que tenemos hacia nuestros padres por habernos gestado, criado, alimentado, educado y, en definitiva, destinado parte de su esfuerzo a pagar lo que hemos gastado hasta que pudimos autosustentarnos con nuestros propios ingresos.

A partir de esa expresión popular, que seguramente tiene su semejante en otros países hispanoparlantes, y en el entendido que todos preferimos ser valiosos, no queremos que nuestros padres piensen que «regalados, somos caros», que no tenemos valor.

Dicho de otro modo, si llegamos a la conclusión de que no tenemos ninguna deuda con ellos, seguramente no tenemos valor y, en el peor de los casos, quizá tengan que disculparse con el resto de la sociedad por haberles entregado un ciudadano tan inútil. Todo lo que invirtieron en su hijo inútil fue un error, una pérdida.

Los padres más afortunados son los que en la ancianidad pueden gozar de una vida feliz gracias a las ganancias generadas por su hijo rentable.

En suma: Si queremos sentirnos valiosos, con la autoestima elevada, podemos darles el mayor placer, comodidad y si fuera posible lujo a nuestros padres y así demostrar y demostrarnos cuán acertados estuvieron en gestar y criar a su «hijo maravilloso».

(1) La deuda imposible de pagar

La normalidad teórica (aunque posible)

La supuesta deuda con los padres

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10 comentarios:

Alicia dijo...

En los momentos difíciles de la vida, tenemos que hacer uso de todos los recursos con los que contamos, para salir adelante. Uno de esos momentos difíciles puede ser afrontar la ancianidad de los padres. Los hijos que tengan suficientes recursos psicológicos y económicos, como para salir airosos de la prueba, serán los que después de muertos sus padres, elaborarán mejor el duelo.

Norton dijo...

Los más afortunados son los que en la ancianidad pueden valerse por si mismos.

Anónimo dijo...

En el artículo anterior de este blog, tuve la sensación de que nos proponía que nos liberáramos de toda deuda hacia nuestros padres. Y ahora viene y me dice que si hago eso "regalado soy caro"!

Ma. Eugenia dijo...

Todo lo que nos hace sentir valiosos es sano?

Oriente dijo...

Supongo que lo mejor sería que de manera espontánea deseáramos colaborar con nuestros padres, sin que eso se sienta con el peso que supone una deuda.

Milton dijo...

Todo lo bueno que seamos capaces de dar, le aporta valor agregado a nuestra vida.

Evangelina dijo...

Cuando el Hijo de Dios pisó la Tierra, tuvo que pedir disculpas por nosotros ante el Padre. Alegó "ellos no saben lo que hacen".

Martín dijo...

Haga lo que haga, ella (mi madre), tiene su propia idea de lo que valgo.

Leonardo dijo...

Ser rentables para quienes nos rodean, es una cuestión de dignidad.

Rosana dijo...

Llegada determinada edad, nuestros padres nos necesitan, aunque sean independientes desde el punto de vista económico. La vida cotidiana está llena de pequeños trabajos que un anciano no puede realizar, y que tampoco se pueden contratar. Por suerte casi siempre hay algún buen vecino que colabora cuando hay que cambiar esa bombita que está alta o cuando hay que correr esa garrafa tan pesada. Porque por mayor buena voluntad que pongamos, si vivimos en casas separadas, será imposible que estemos disponibles cada vez que se nos necesita.