Después de un cierto recorrido deductivo es posible concluir que el capitalismo es despiadado porque está alineado con la Naturaleza.
Podría decirse que el
capitalismo funciona gracias a una demanda insatisfecha, insaciable, bulímica.
El sistema capitalista se
parece a un ser humano que tenga las sensaciones de saciedad atrofiadas.
Este sistema de organizarnos
quizá sea comparable al de algún otro animal o vegetal. No lo sé.
Parecería ser que, en esta
vorágine, en esta bulimia, en esta atrofia de la saciedad, encontramos una
explicación de por qué «el
hombre es un lobo para el hombre».
Suena más doctoral si decimos: «Homo homini lupus».
Pero, ¡caramba!, esto de ponerme doctoral complica mi razonamiento pues descubro con perplejidad que
la mencionada frase fue dicha doscientos años antes de Cristo, cuando de
capitalismo recién podemos empezar a hablar en el siglo diecisiete.
¿Qué ocurrió durante esos diecinueve siglos que distan entre aquella
frase trágica y lacónica, («el hombre es un lobo para el hombre»), del siglo
dos antes de Cristo y la aparición del demoníaco capitalismo?
Es casi seguro que el capitalismo no hace otra cosa que llevar a las
tareas económicas lo que los seres humanos somos por naturaleza: nos depredamos
salvajemente al mismo tiempo que las víctimas se quejan por el maltrato.
Podría pensarse que nuestra especie incluye la particularidad de
autodestruirse, de podarse, de
implementar genocidios.
El fenómeno completo sería: un grupo de humanos mata a otros (en guerras
o por hambre), nos escandalizamos por un tiempo, pero en el siglo veintiuno
llegamos a ser siete mil millones de ejemplares.
Con estos datos numéricos a la vista, podríamos decir que «el hombre es un lobo para el hombre» por naturaleza, como una
particularidad destinada a conservarnos como especie.
En suma: el
capitalismo es despiadado porque está alineado con la Naturaleza.
(Este es el Artículo Nº 1.934)
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