Cuando alguien posee poder de compra demuestra que tiene un deseo cuya satisfacción está autorizada por la sociedad.
Es habitual la existencia de locales donde
hombres y mujeres, que no se conocen, se encuentran para bailar y donde los
organizadores promocionan el acceso de mujeres permitiéndoles entrar gratis.
Mi madre no fue una feminista militante porque
tuvo otras preocupaciones mayores, pero de haber contado con una existencia más
fácil, seguramente habría organizado marchas, protestas y cualquier tipo de
demostración opositora al machismo, al abuso, a la desconsideración de los
derechos de la mujer.
Por estos motivos me crié oyendo críticas
feroces a esas promociones en las que, ella consideraba, se aplicaba una
discriminación positiva imperdonable: no cobrarle la entrada a los bailes a las
mujeres.
Ya con catorce años intenté «explicarle» que la situación
merecía una interpretación opuesta a la de ella. Le decía que en esas reuniones
bailables convergían tres situaciones:
— Las mujeres
que no pagaban;
— Los
hombres que sí pagaban; y
— Los
músicos de la orquesta que cobraban para asistir.
Si dejamos
de lado los otros gastos del evento (alquiler, luz, limpieza, etc.), tenemos
que los varones le pagan a la orquesta para que esta genere la música que les
permita bailar con las mujeres que entraron gratis.
¿Cómo puedo
explicar esto hoy día?
Como
premisa debo decir que «quien desea paga para darle satisfacción a su propio
deseo». Por lo tanto en esta reunión bailable los únicos que parecen esforzarse
por satisfacer su propio deseo son los hombres pues son los únicos que pagan.
Como
premisa debo decir que «quien satisface un deseo ajeno cobra por hacerlo». Por
lo tanto en esta reunión bailable los únicos que parecen satisfacer deseos ajenos
son los músicos pues son los únicos que cobran.
Las mujeres
¿no desean ni satisfacen?
(Este es el Artículo Nº 1.939)
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