Como la humanidad está súper poblada todos valemos
menos que si fuéramos pocos e imprescindibles para conservar la especie.
Para las personas jóvenes y
sanas la vida es más llevadera que para los niños o ancianos con dificultades
de salud.
Cuando dormir una hora alcanza
para recobrar una jornada de seis o siete horas, la vida parece más fácil que
en aquellos casos en los que los adultos se levantan cansados, achacosos,
indolentes.
La salud, la energía, la
resistencia a la fatiga, la creatividad, la resiliencia (1), la rápida
eliminación del cansancio, funcionan como riquezas, abundancia, exuberancia.
Una sociedad opulenta, con
recursos materiales y anímicos abundantes lleva una existencia más liviana,
fácil, aunque no me animaría a decir que más feliz.
Si los ciudadanos pueden
aportar impuestos como para que ningún minusválido (enfermos, indigentes o
encarcelados) tenga una vida indecorosa, el pueblo entero parecería disponer de
buenas condiciones para padecer pocos sufrimientos.
En suma: los períodos de auge suelen ser
propicios para que todos tengan una vida más acorde a las necesidades y deseos
personales.
Pero esto no ocurre solamente
con los recursos materiales: también ocurre con los recursos humanos.
Cuando la población es escasa,
con bajas tasas de crecimiento demográfico, donde se visualice algún peligro de
extinción, todos los pobladores estarán estresados, pendientes de que descienda
la tasa de mortalidad infantil, que los jóvenes se unan para tener muchos
hijos, para que los problemas de fertilidad adquieran una dimensión
especialmente dramática.
Por el contrario, cuando una
población se siente tranquila con la cantidad de ejemplares que la componen,
todos pierden interés por la fertilidad, la reproducción y por los abortos.
Asimismo la homosexualidad es
tolerada y hasta favorecida con simpatía.
La consecuencia lamentable es
que todos valemos bastante menos que si fuéramos escasos e imprescindibles para
conservar la especie.
(Este es el Artículo Nº 1.929)
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