viernes, 18 de marzo de 2011

La honestidad del temeroso

Las pérdidas y disgustos que nos provocan los ladrones, se deben a que no conocemos ni a la naturaleza humana ni a nosotros mismos.

Si una persona lava una prenda de ropa recién comprada y observa que ésta perdió el color, la forma y el tamaño, obviamente omitió leer las instrucciones de lavado provista por el fabricante.

Si una persona se zambulle en el océano con el celular en el bolsillo de su traje de baño, lo habrá estropeado y nadie podrá repararlo. Este impetuoso bañista cometió un error mayor que el lavador inexperto porque el sentido común indica que casi ningún teléfono es sumergible.

Si una persona transita por una calle concurrida mientras cuenta el dinero que acaba de sacar del cajero automático, no sería raro que alguien se lo arrebate y huya corriendo. El desprevenido ciudadano cometió el error más grave porque no se conoce a sí mismo.

Y «no se conoce a sí mismo» porque él supone erróneamente que los seres humanos somos naturalmente honestos, excepción hecha de algunos semejantes cuya enfermedad mental incluye el síntoma de apropiarse de bienes ajenos.

Este error de su parte es grave porque está ignorando su propia tendencia a robar siempre que no sea descubierto.

Efectivamente el derecho de propiedad no forma parte del animal humano. Es un rasgo incorporado por la imperatividad cultural, la ley y mediante amenazas disuasivas que sólo pueden ser ignoradas por personas entrenadas expresamente para eso.

Casi todos los ladrones pertenecen a familias o grupos humanos dedicados a tal actividad y sus personalidades están preparadas para enfrentar las medidas represivas creadas por la cultura.

Si alguien facilita —por autodesconocimiento— la tarea de los ladrones, se expone a que la realidad se manifieste tal como es, causándole disgustos y pérdidas posiblemente evitables.

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13 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta este razonamiento, estoy de acuerdo que uno no se conoce. esto me va a servir mucho.

Anónimo dijo...

Tendrías que controlar que el tamaño de tus verdades no aplaste a alguna de tus lectores.

Leticia dijo...

Yo sería incapaz de robarme nada, salvo una vez que le saqué a mi prima una máscara para las pestañas... y al tío Olegario el libro del diario del Che... y bueno, a mamá siempre le robo las panty... pero ta! son cosas que quedan en familia!

Orosmán dijo...

Más seguridad y precauciónes de los que he adoptado imposible. Y ya me robaron cinco veces.

Evangelina dijo...

No robo por temor a Dios.

Paty dijo...

Quien infringe las normas consensuadas de nuestra cultura, puede tener una psicopatía, no?

Alicia dijo...

Tengo que admitir que muchas veces me vi tentada a robar. Es algo que olvido con mucha facilidad; me lo refrescó haber leído este artículo.

Lautaro dijo...

Soy un despistado, por ejemplo eso de contar la plata en la calle, montones de veces, pero le aseguro que no creo en la honestidad de la gente. Sólo intento tener buena fe cuando la situación lo amerita.

Chapita dijo...

Una vez me zambullí con el celular y me llamó un pez que había equivocado el número. No pude ayudarlo porque no conozco nada de la telefonía oceánica. Pero yo quice colaborar, eso sí.

Teresita dijo...

Me dicen cleptómana porque no ven la viga de la usura en el ojo propio.

Alberto Zoo dijo...

El respeto de la propiedad privada se ha vuelto natural BAJO AMENAZA. Eso no sólo sucede con la especie humana, está presente en la mayoría de las especies.

Marianella dijo...

El segundo comentario habla de "algunA de tus lectorEs".
Acaso ese "anónimo" piensa que las mujeres somos las más propensas a sentirnos aplastadas, dentro de su grupo de lectores?
Siempre, siempre, saltan a la vistas los vestigios del machismo más recóndito... ufa!

Marcia dijo...

Si lavás una prenda y te queda así de estropeada, los que te robaron fueron el vendedor y el fabricante.