Conocer cómo funciona nuestro inconsciente nos
posibilita disminuir progresivamente los múltiples y angustiantes conflictos
con nosotros mismos.
Es coherente con la teoría
psicoanalítica creer en el determinismo y descreer del libre albedrío.
Esto es así porque también
creemos que somos actuados y creemos que somos hablados.
Esta extraña sintaxis obedece
a que habitualmente, fuera del psicoanálisis, los verbos «actuar» y «hablar» son utilizados partiendo de la creencia generalizada en el libre
albedrío.
Vulgarmente pensamos que cada
uno «actúa» y «habla» cuando quiere y porque quiere, sin embargo, uno
de los pilares del psicoanálisis es la existencia de una parte de la psiquis
que es inconsciente, es decir que nos influye sin que tengamos conciencia.
En este contexto teórico
pensamos que el ser humano «hace» y «dice» cosas bajo las
órdenes de una parte suya de la que no tiene conciencia y, por lo tanto,
tampoco tiene control pues no podemos controlar sin saber absolutamente nada de
lo que queremos controlar.
Es coherente con la creencia en que existe un
inconsciente que nos gobierna pensar que nuestras acciones y dichos denuncian algunas características de ese
inconsciente que nos gobierna.
Parafraseando
al refrán, es posible pensar algo así como «Dime con qué inconsciente andas y te
diré quién eres».
Por
lo tanto los consultantes del psicoanálisis se ofrecen para que el técnico
trate de conocer con qué criterios se maneja esa parte de la psiquis que nos
hace «hacer» y «decir» cosas todo el tiempo.
Cuando
empezamos a conocer la filosofía de
ese jefe invisible, (el inconsciente), naturalmente empezamos un proceso que
aplicamos todo el tiempo: adaptarnos a la realidad según la conocemos, como nos
parece que es.
Por
ejemplo, si nos enteramos que en nuestro inconsciente odiamos a nuestro hermano
entenderemos por qué combatimos las asociaciones fraternas (sindicatos, por ejemplo).
(Este es el Artículo Nº 1.963)
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