Pobre patológico es quien así se autodiagnostica. Las opiniones ajenas son insuficientes para determinar qué nos conviene a cada uno.
Les he comentado que soy quien (o uno más de
quienes) utiliza el concepto pobreza
patológica para designar aquella situación económica deficitaria que
infructuosamente desearía ser mejorada por quien la vive.
Por
algunos comentarios que he recibido reiteradas veces considero que es oportuno
hacer este artículo en el que pretenderé precisar algo relativamente
importante.
Alguien
es un pobre patológico si, y sólo si,
él mismo se define como tal. La opinión que otros podamos tener sobre su estilo
de vida sólo cobra valor si es ratificada por quien está en esa situación.
Por
ejemplo, alguien puede decir que Juan Pérez es un pobre patológico porque lo ve habitando una casa precaria
construida en un terreno inundable cada vez que las lluvias son especialmente
abundantes.
Aunque
esa opinión referida a Juan Pérez sea compartida por muchos, incluidos experto
en economía, arquitectura, urbanismo, antropología, filosofía, psicología,
sociología, Juan Pérez no es un pobre
patológico si él no confirma estar disgustado con su situación económica,
si no confirma que ha hecho esfuerzos denodados por mejorarla sin obtener
resultados positivos.
Esto
es así porque a todos nos pasa que, sin querer, sin darnos cuenta,
automáticamente, nos ponemos como modelo de referencia.
Nos
creemos ejemplos imitables porque siempre hacemos lo más que podemos para hacer
todo bien y quedamos convencidos que la nuestra es la única manera de «hacer
todo bien».
Nuestra
inteligencia es incapaz de reconocer y aceptar que existen formas de vivir tan
buenas como la nuestra.
Por
esta dificultad de nuestro cerebro es que Juan Pérez tiene la última palabra en
el diagnóstico SU pobreza patológica.
Ninguno de nosotros está capacitado para determinar qué le conviene y cuáles
deben ser sus preferencias.
(Este es el Artículo Nº 1.982)
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