Quien diga públicamente que tener una vivienda
propia es un derecho, predispone a una confrontación entre ciudadanos.
Hasta hace un siglo besar en
la boca a un tuberculoso no era preocupante..., mejor dicho, era muy peligroso,
igual que actualmente, sólo que a nadie se le ocurría pensar que esa enfermedad
era contagiosa.
Actualmente es posible
convivir y tener relaciones sexuales con una persona VIH positivo, o con quien
tenga SIDA, siempre que se tomen algunas precauciones mínimas.
Así como en cada época
corrimos riesgos que recién mucho tiempo después se supo que aquello fue la
causa de una muerte prematura, podemos pensar que actualmente estamos haciendo
lo mismo: algo estamos haciendo que nos traerá grave daño pero que, al no estar
enterados, seguimos haciéndolo.
Por ejemplo, si nosotros
expresamos sin que nadie nos corrija, que la vivienda propia es un derecho,
estamos diciendo en realidad que esa persona está autorizada para cometer
distintos actos que lo ayuden a recuperar un derecho del que no puede gozar por
razones ajenas a su voluntad.
Con similar ligereza también
decimos que todos tenemos derecho a la salud, a la alimentación, a la educación,
a protegernos del frío, a ser padres y tener recursos materiales para
atenderlos dignamente.
No es ingenua esta forma de
expresarnos y quizá esté generando una presión social cuyas consecuencias
percibiremos recién cuando colectivamente nos demos cuenta.
Es muy distinto, decir que
nuestro sueño como pueblo es que algún día todos sean propietarios de alguna
partecita del territorio que ocupamos, a decir que todos tenemos derecho a
poseer esa parcela.
En este caso, quienes crean al
pie de la letra que no ser propietarios de su vivienda los convierte en
ciudadanos autorizados a exigir que se les suministre una vivienda, estaremos
predisponiendo enojosamente a los no propietarios contra los propietarios.
(Este es el Artículo Nº 1.984)
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