Una especie de tensión dinámica hacemos los ricos cuando queremos ayudar a los pobres aunque los necesitamos para sentirnos superiores.
En dos artículos anteriores
(1) les propongo pensar que los ricos estamos equivocados y que los pobres
tienen razón: la mejor manera de vivir es la que tienen los pobres, mientras
que los ricos somos los débiles que neuróticamente intentamos compensar una
sensación de minusvalía, un complejo de inferioridad, agregándole a nuestra
existencia una cantidad de bienes materiales que nos hagan creer que somos
fuertes.
En los ya mencionados dos
artículos anteriores les comento que, para facilitar la redacción de estos
artículos, opté por determinar que «rico es quien accede a Internet», mientras
que pobres son todos los demás que no acceden.
En este tercer artículo que insiste con la equivocación de los ricos y
el acierto de los pobres, haré centro en las técnicas de autoayuda y las
historias de autorrealización tan frecuentes en la literatura norteamericana.
Quienes nacimos a mediados del siglo veinte oímos hablar de Charles
Atlas (2): el alfeñique de cuarenta y cuatro quilos, quien, como reacción ante
los reiterados acosos, (hoy llamados bullying), inventó un método para
fortalecer su cuerpo y defenderse eficazmente de quienes abusaban de su debilidad.
El exitoso método se llama tensión
dinámica y consiste en hacer fuerza contra uno
mismo, por ejemplo, tratar de levantar el puño derecho que hace fuerza hacia
abajo o empujar la cabeza hacia la izquierda mientras el cuello pretende
llevarla hacia la derecha.
En otras palabras, la tensión dinámica consiste en
establecer un conflicto de intereses con uno mismo: cuando una parte del cuerpo
quiere bajar, otra parte del cuerpo procura impedírselo.
Una especie de tensión
dinámica hacemos los ricos alfeñiques cuando, simultáneamente, queremos ayudar a los pobres aunque los
necesitamos para sentirnos tan superiores como deseamos.
(Este es el Artículo Nº 1.977)
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