miércoles, 21 de agosto de 2013

El valor del trabajo y la matemática



 
Rechazamos las matemáticas porque estas imponen conductas demasiado realistas y a nosotros nos gusta más dejarnos llevar por el placer.

Para cada uno de nosotros el dinero vale exactamente el esfuerzo que hicimos para ganarlo.

Si nuestro hijo nos pide alguna colaboración en sus gastos del fin de semana, probablemente se entable una especie de regateo en el que él hará hincapié en cuánto cuestan los tickets para acceder a cada lugar de diversión, los pasajes para los traslados, la comida, las invitaciones, los imprevistos, mientras que los contribuyentes haremos hincapié en cuántas horas y esfuerzo nos costó ganar cada uno de esos trocitos de papel que él nos pide con irritante desaprensión.

Sin embargo, el valor de ciertas cosas provoca en sus compradores una amnesia insólita, pues al pagarlas no podemos recordar con realismo cuántas horas y esfuerzo hicimos para llegar a reunir esa cantidad.

Se observa este fenómeno con particular frecuencia en las grandes compras que hace la familia: vivienda, automóvil, viajes.

Efectivamente, casi todos sabemos hacer una valoración objetiva y emocional del valor del dinero cuando nos abocamos a realizar las compras cotidianas: alimentos, combustibles, enseñanza, pero para las grandes compras, para aquellas que tenemos que ahorrar durante años o que nos comprometemos a pagar durante mucho tiempo, ahí perdemos la noción de cuánto nos cuesta ganar lo que ganamos.

Es frecuente, por ejemplo, que el comprador decida una inversión si puede pagar una cierta cuota, pero desestima calcular cuántas deberán ser, y quizá le dé lo mismo pagar 20 cuotas que 24.

Propongo pensar que la humanidad que nos incluye rechaza las matemáticas porque estas imponen conductas demasiado realistas y a nosotros nos gusta más disfrutar, soñar, dejarnos llevar por la encantadora sonrisa del vendedor o «¡la cara que pondrá mamá cuando vea qué le compré!».

(Este es el Artículo Nº 1.978)

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