La prohibición del incesto provoca una molestia intolerable, pero las demás molestias padecidas en la patria suelen soportarse sin tener que emigrar.
Si usted destina algo más de
un minuto para ver el video cuyo link agrego al final del texto, podrá observar
el trabajo de los «empujadores»: personal del metro de Japón, donde, a ciertas horas, los
pasajeros entran a presión en los vagones sobrecargados.
La mayoría de estos usuarios viajan incómodos, pero pagan por el
servicio un valor correspondiente a condiciones más satisfactorias.
También podría decir que la mayoría de estos pobladores de Japón viven
mal, desconformes con el esfuerzo que tienen que hacer para llegar a viejos y
morir.
«En todas partes se cuecen habas» y, en todos los países, los humanos
tenemos que sacrificarnos, esforzarnos, sufrir incomodidades, frustraciones,
tener la sensación de que «alguien» está abusando de nosotros y que nos explota
como a esclavos.
Por lo tanto, si usted tiene esa sensación quizá pueda recibir la dudosa
buena noticia de que es normal, que su penosa situación está dentro de lo
esperado, y que «mal de muchos consuelo de tontos».
Claro que, en este tema, no es fácil diferenciar a un tonto de un sabio,
pues los sabios, por su condición de tales, SABEN que razonablemente no se
puede esperar nada mejor.
La prohibición del incesto es una incomodidad creada por el ser humano
que, por oponerse al instinto de conservación de la especie (instinto sexual),
provoca el abandono de la casa paterna para fundar otra familia. Sin esa
incomodidad, el deseo sexual podría satisfacerse sin asumir nuevos compromisos,
sin formar nuevos clanes, liderados por jefes jóvenes y vitales que defiendan
su territorio e, indirectamente, el territorio nacional.
Sin embargo, las molestias de vivir en el país de nacimiento suelen
tolerarse sin tener que emigrar.
(Este es el Artículo Nº 1.987)
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