Nuestra psiquis procesa
lo que percibimos junto con lo que creemos y el ajuste con la realidad no es
permanente.
Nuestra vivienda está
construida con pequeñas piezas unidas de tal forma que, entre todas, forman
paredes tan fuertes que soportan el peso del techo durante muchos años.
Esas piezas (ladrillos,
bloques) podrían ser comparadas con nuestras ideas, conocimientos, creencias,
prejuicios, los que, unidos por la necesidad de ser coherentes, componen
nuestra personalidad, forma de ser, mente, pensamiento.
Según puedo observar nadie es como le gustaría
ser sino que es como puede, como le tocó en suerte.
Por otra parte, casi todos pretendemos ser de
una cierta manera, tenemos un ideal, una aspiración de cómo nos gustaría ser:
inteligentes, sagaces, veloces, incansables, admirables, exitosos,
permanentemente alegres y una larga lista de atributos igualmente positivos.
Este ideal es muy atractivo y por eso mismo se
nos impone con más fuerza de la que podría resistir nuestra tendencia al
realismo. Las ganas de acceder a esa forma de ser que deseamos son tan fuertes
que, con gran frecuencia, creemos haberla logrado, nos autoengañamos,
deliramos.
El conjunto de nuestros ideales se organiza en
una especie de relato, cuento, novela, leyenda, mito. Cada uno de nosotros vive
su existencia como si fuera una película, una obra de teatro.
En esa película ocupamos algún rol y esas
características que suponemos tener conforman el perfil del personaje que
actuamos.
Todo esto nos ocurre como en una especie de
ensueño, en el que se mezclan la realidad con la fantasía: dialogamos con otra
persona desde un cierto punto de vista, nos presentamos a pedir un trabajo
pensando que somos de una cierta manera, actuamos como el cónyuge que
deberíamos ser, y así sucesivamente durante la mayor parte del tiempo en el que
suponemos que todo es real, objetivo.
(Este es el Artículo Nº 1.985)
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