La institución matrimonial se
convierte en un patético zoológico donde los animales vegetan aunque bien
compensados por veterinarios competentes.
Los seres humanos somos muy inseguros y no es
para menos.
Si elaboráramos un ranking entre todos los
animales, seguramente terminaríamos en el podio de los ganadores, no por
superiores sino por más vulnerables e inseguros.
Por lo tanto, reconozco la supremacía de
nuestra especie pero por características que no nos benefician.
Como machos y hembras somos muy diferentes,
quizá podríamos conformar dos sub-especies, la inseguridad de ellos es
diferente a la de ellas.
La monogamia resulta ser aniquilante para los
varones, pero felizmente existe un antídoto milenario: la infidelidad.
En lo esencial ningún varón funciona bien si
es propiedad de una sola mujer. La monogamia nos da inseguridad. Cuando pasa
mucho tiempo sin que alguna mujer nos proponga ser el padre de sus hijos,
nuestra integridad física corre riesgos.
Así germina y crece la neurosis de toda
cultura monogámica. Los varones fieles tienen que ser apoyados por médicos que
les compensan artificialmente los apartamientos de la Naturaleza.
Acostumbramos decir que el hombre se enferma
por exceso de estrés y podría ser cierto en tanto y en cuanto entendamos que
los apartamientos de la Naturaleza siempre son estresantes.
Mientras la única esposa del varón está
dispuesta a tener más hijos, probablemente él se sienta suficientemente
convocado como fecundador, pero a veces el cuerpo de ellas ya no quiere
exponerse a esfuerzos de tal magnitud o la economía familiar no resiste la
incorporación de más «bocas
para alimentar», y por eso el hombre queda encarcelado, con privación de
libertad provocada por el juramento monogámico.
La
institución matrimonial se convierte en uno de esos patéticos zoológicos donde
los pobres animales viven (vegetan) encarcelados, aunque bien compensados por
veterinarios competentes.
La
semejanza es alarmante.
(Este es el Artículo Nº 1.967)
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