Todos nuestros estados de ánimo (alegría, tristeza,
entusiasmo, abatimiento) son generados por fenómenos corporales que así
expresan una disfunción.
La depresión, la tristeza, los
sentimientos de desvalorización, pocas veces son exógenos y casi siempre sean
endógenos.
Lo digo de otro modo: nuestros
sentimientos resultan de la percepción subjetiva de ciertos estados corporales
propios y pocas veces son la consecuencia de algo que ocurre fuera de nosotros
mismos.
Lo digo de otro modo: Los
padecimientos psíquicos son, en su mayoría, causados por malestares corporales
que no se manifiestan con molestias físicas sino que solo se manifiestan con
estados de ánimo, sin perjuicio de lo cual, algunas veces ocurren cosas fuera
de nosotros, que nos disgustan, nos provocan pesadumbre, amargura.
Lo digo de otro modo: la
desgracia ajena puede ponernos tristes, pero esto ocurre así porque nos
identificamos con la víctima, nos ponemos en su lugar. La mayoría de nuestros
malestares anímicos ocurren porque nuestro cuerpo o nuestras circunstancias no
están funcionando bien.
Tenemos un organismo que se
adapta a casi cualquier circunstancia pero se toma su tiempo y, mientras se
transforma para adaptarse, es probable que tengamos algunas sensaciones
molestas: dolores, decaimiento, tristeza, malhumor, temor.
Aunque suene raro, nuestra
filosofía forma parte o está íntimamente integrada a nuestro cuerpo. Pensamos
lo que pensamos porque nuestro cuerpo es como es y también nuestro cuerpo
reacciona como reacciona por cómo es nuestra filosofía.
Por ejemplo, si nuestra
filosofía incluye la convicción de que existen algunas tareas que denigran a
quien las hacen, nuestro cuerpo reaccionará con gran malestar si lo obligamos a realizar esas tareas.
Por ejemplo, si nuestra filosofía incluye la certeza de que
estamos conformados por una parte material, mortal y corrupta, más una parte
espiritual, inmortal e incorruptible, sentiremos desgano cuando tengamos que
trabajar porque ese cuerpo reclama alimentos.
(Este es el Artículo Nº 2.029)
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