Causa extrañeza la acumulación de dinero, sin embargo, acumularlo es un deseo cuya satisfacción es tan imperativa como una necesidad.
Estar vivos nos impone necesidades. Algunas de ellas refieren a la
alimentación, otras al abrigo, otras al alojamiento.
Cuando logramos satisfacer las necesidades, cuya insatisfacción nos
pondría en riesgo de muerte, surgen los deseos, que se parecen a las
necesidades pero su grado de perentoriedad es menor. Si no les damos
satisfacción desciende nuestra calidad de vida pero no nos exponemos a morir.
Cuando tenemos asegurada la satisfacción de las necesidades básicas,
los deseos pasan a ser tan importantes como las necesidades. Por eso, para
quienes comemos todos los días, podemos amargarnos si no conseguimos entradas
para presenciar un partido de fútbol, o el peluquero no puede atendernos hoy, o
carecemos de una camisa cuyo color combine adecuadamente con el pantalón que
tendríamos que usar hoy, para reunirnos con alguien.
El dinero es una mercancía pero no es una mercancía más: es muy
especial.
Su originalidad consiste en que puede ser permutada por cualquier otra.
Sin embargo, esta maravillosa capacidad de trueque, está compensada porque, en
sí mismo, no tiene ninguna utilidad práctica: son papeles de colores, inútiles.
En términos más técnicos, suele decirse que todas las mercaderías
tienen valor de cambio (se pueden permutar, comprar y vender), pero sobre todo
tienen valor de uso: un vehículo, hilo de coser, verduras, tienen valor de uso
porque sirven para algo (desplazarnos, coser ropa, alimentarnos).
Sin embargo, el dinero no tiene
valor de uso, no sirve para nada,
pero posee el valor de cambio más eficaz.
Si el dinero no sirve para nada, cabe preguntarse
para qué quieren tanto dinero quienes lo acumulan.
Volvamos al principio del
artículo: Tener dinero puede ser un deseo, cuya satisfacción es imperativa para
quienes lo tienen.
(Este es el Artículo Nº 2.022)
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