El embarazo adolescente anticipa el cambio de dueño del
cuerpo femenino. Los padres y la sociedad lo ceden a regañadientes.
Por la cabeza de una adolescente que se entera
de su embarazo pasa un torrente de emociones, ideas y sobre todos miedos, que
parecen mortíferos, entre otros motivos porque ella querría morir al imaginar
lo que se le avecina: padres enojados, maestros incómodos, amigos burlones,
novio imprevisible, en suma, pasan por su cabeza todo lo que ella misma pensaría
y sentiría si a otra chica le ocurriera lo mismo.
La naturaleza no repara en estas tonterías
culturales. La conservación de las especies está legislada por la vía de los
hechos: los jóvenes se excitan, siempre suponen que el amor y el éxtasis todo
lo purifica, lo salva y lo protege.
El pensamiento predominante en el momento
sublime, cuando los acontecimientos se precipitan y se ven en caída libre,
siempre es el mismo: «a
mí no me va a pasar».
Este artículo está en este blog destinado al
dinero porque en estas circunstancias los conflictos más graves tienen mucho
que ver con temas referidos a la propiedad privada:
— Quienes se enojan porque la jovencita quedó
embarazada sienten que ella usó indebidamente un cuerpo del que se sienten
propietarios. Los padres, abuelos, tíos, dicen sentir vergüenza pero en
realidad sienten que la niña aún no era dueña de su cuerpo como para «usárselos», «tomarlo sin permiso»,
«gozárselos»;
— Cuando
los gobernantes y los religiosos obligan a las mujeres a que no interrumpan
ningún embarazo, están demostrando claramente que la mujer tiene su cuerpo en
comodato, alquilado quizá, se lo prestaron y debe cuidarlo;
— La niña
se siente usada injustamente pues queda presa de algo que no desea. Quería
seguir jugando pero la mala suerte le impuso tareas, compromisos y
responsabilidades agobiantes.
(Este es el Artículo Nº 2.048)
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