Cuando alguien agota todos sus deseos, queda «muerto en vida», corrompido, podrido (¿en plata?), sin valores morales, como cualquier fallecido.
Es cierto que la riqueza
económica corrompe, pero siempre y cuando se den ciertas condiciones.
La palabra «corromper» significa varias cosas parecidas (1):
Alterar y trastrocar la forma de algo, echar a perder,
depravar, dañar, pudrir, sobornar a alguien con dádivas o de otra manera,
pervertir o seducir a alguien, estragar, viciar.
Todas estas acciones giran en
torno a su causa: el deseo.
El deseo es una sensación que
se parece a una necesidad, pero con la característica de que si no se satisface
nada grave puede ocurrir. Por ejemplo, si alguien tiene la necesidad de comer y
no se satisface, en poco tiempo puede morir, pero si alguien tiene el deseo de
escuchar música y no se satisface, nada grave puede ocurrirle.
Por el contrario, y aunque
parezca paradójico, es la satisfacción radical del deseo lo que podría
quitarnos las ganas de vivir.
Los deseos constituyen estados
psicológicos que nos inducen a buscar ciertos estímulos, que si bien no son
vitales como el hambre, cuando se satisfacen moderadamente contribuyen a
mejorar la calidad de vida. Sin embargo, cuando se satisfacen radicalmente, el
ser humano cae en estados de apatía, indiferencia, insensibilidad afectiva,
tristeza, deseos de muerte por ausencia de los deseos de vida.
¿Quiénes nunca deberían
disponer de mucho dinero ni de mucho poder? Necesitan ser pobres y carentes de
poder quienes no puedan controlar el deseo e intenten aplicar sus
disponibilidades (de dinero y de poder) para satisfacer radicalmente sus
deseos.
Cuando morimos nuestro cuerpo
se pudre, se corrompe y, de forma similar, cuando perdemos las ganas de vivir
porque agotamos todos nuestros deseos, entonces quedamos «muertos en vida»,
corrompidos, podridos, sin valores morales, como cualquier persona fallecida.
(Este es el Artículo Nº 2.030)
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