Si bien un obrero recibe órdenes
de su empleador, también debe someterse a otras exigencias cuando trabaja por
cuenta propia.
Imaginemos
un agricultor que vive de lo que cultiva en su parcela. Se levanta muy
temprano, de lunes a domingo, trabaja hasta que se pone el sol, y así todas las
semanas.
Con
este trabajo, que hace diariamente, consigue todo lo que necesita, ya sea
directamente porque él y su familia se alimentan de muchos productos ahí
cultivados, o indirectamente, porque vende los excedente de lo que produce y no
consume, con lo cual consigue dinero que destina a comprar lo que necesita pero
no produce: calzado, electrodomésticos, vestimenta.
Si
se emplea en una fábrica ocurre algo similar: la empresa para la cual trabaja
le pide que haga un esfuerzo, como el que hace en su terreno, y a cambio le
paga, con algo de lo que produce dicha fábrica, pero en la mayoría de los casos
con dinero.
Es
probable que este obrero no trabaje todos los días, como en la parcela, sino
que solo trabaje de lunes a sábado y no «de sol a sol», sino 8 horas con media
hora de descanso.
Los
riesgos de dichos emprendimientos también son diferentes: en el campo el
agricultor debe soportar los fenómenos climáticos adversos, el pago de
impuestos, las plagas, las fluctuaciones del mercado, mientras que todos los
riesgos en la fábrica los corre su propietario.
Podemos
comparar ambas situaciones para decir que la empresa empleadora es, para este
trabajador, como su parcela.
Podemos
forzar esta descripción hasta decir que el obrero es un poco esclavo de la
tierra, mientras que su empleador (el dueño de la fábrica) es un poco esclavo
del obrero, porque le asegura a este ciertas condiciones de trabajo que el
campo no le ofrece.
(Este es el Artículo Nº 2.034)
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