La rentabilidad de cualquier actividad es
proporcional al estrés que genera su realización, pero la inversa no ocurre.
Es popular y conocida entre
los economistas una fórmula según la cual la rentabilidad de las inversiones es
directamente proporcional al riesgo, es decir, una inversión es más rentable
cuanto mayor sean las probabilidades de sufrir una pérdida.
Claro que, como fórmula, es
bastante imprecisa, pues también es cierto que cuanto mayor sean las
probabilidades de perder, poco importa si la ganancia es enorme en tanto esté
muy expuesta a ser perdida.
No sería extraño que un señor
jubilado gane más dinero vendiendo caramelos que un banquero que hizo una gran
inversión y lo perdió todo.
Por lo tanto, el intento de
encontrar fórmulas confiables, que nos alivien la angustia de la incertidumbre,
suele ser algo ilusorio.
De hecho, año tras año, se
entregan rigurosamente los Premios Nobel a los más inteligentes economistas y,
burlonamente, la pobreza, cuando no aumenta, en el mejor de los casos, se
mantiene incambiada.
Pero tenemos que asumir que
estos son los niveles de certeza que podemos esperar de las ciencias en
general. Con excepción de la física y la química, el resto de las actividades
premiadas (medicina, literatura, paz y economía), son de valoración muy
subjetiva, discutible, relativa.
Este artículo tiene por
objetivo proponer una fórmula diferente y que quizá podría darnos alguna
orientación.
La fórmula dice que existe una
estrecha vinculación cuantitativa entre el estrés y la rentabilidad de cualquier
actividad.
En otras palabras: si una
actividad es rentable, difícilmente sea tranquilizadora, pacífica, sin
sobresaltos, sedante.
La inversa no tiene por qué
ser cierta, es decir, si un trabajador se estresa, se preocupa, padece mucha
ansiedad y angustia, no necesariamente obtiene una ganancia que lo compense.
Peor aún: el estrés, por sí
solo, genera pérdidas.
(Este es el Artículo Nº 2.042)
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