Calmamos nuestra ansiedad
con predicciones y toleramos tanto sus errores, que la diferencia entre
«acertadas» y «desacertadas», nos parece insignificante.
Predecir
es, como la palabra lo indica, «decir antes», anticipar una información,
develar la incógnita de lo que ocurrirá en un tiempo futuro.
No es
predecir comunicar que «mañana nos reuniremos en mi despacho para discutir los
criterios publicitarios de la próxima temporada», porque en este caso se trata
de un plan, de algo programado, previsto.
Sin
embargo, en este caso, sería «pre-decir» señalar que tres minutos antes de
comenzar dicha reunión, un avión con desperfectos mecánicos caerá dentro de la
sala de sesiones impidiendo que podamos usarla.
Predecir es anticipar
algo que nunca ocurre y que nadie, (o casi nadie), lo sabe.
No es predecir el cambio de estaciones porque siempre ocurre
con total regularidad, tampoco es predecir afirmar que un ser vivo fallecerá,
pero sí es predecir indicar cuándo ocurrirá el deceso.
Quienes creen en las predicciones padecen por el intenso
estrés que les causa la incertidumbre. Lo que más necesitan estas personas es
que alguien les diga qué ocurrirá, aunque esta anticipación no tenga motivos
para ser verdadera.
En otras palabras: la ansiedad por lo que ocurrirá se calma
con un mensaje que tenga la forma de una predicción, independientemente de que
ese contenido sea correcto.
Por ejemplo: queremos saber cómo será el clima de esta
tarde, para lo cual tratamos de encontrar alguna información presentada por una persona que
nos muestre mapas, dibujos, logos, íconos y que, sin tropiezos en la dicción,
hable velozmente, como si lo que dice que ocurrirá lo supiera de memoria (porque eso que ocurrirá esta tarde, ya antes
ocurrió y nada malo nos pasó).
Toleramos tanto los errores de predicción que la diferencia
entre «acertada» y «desacertada» terminamos considerándola insignificante.
(Este es el Artículo Nº 2.025)
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