Es imposible determinar el valor de cualquier cosa
pues este depende de múltiples factores que están cambiando casi
permanentemente.
— ¿Cuánto pide por esta vasija de barro, pintada de verde con flores
doradas?—, pregunta una señora al vendedor de la feria.
— 100—, responde lacónicamente el vendedor, quien seguramente se lleva
mejor con la arcilla que con las personas.
— ¡Nooo, es carísima! —responde la compradora, cambiando de tono,
mirando ahora con desprecio a lo que antes había acariciado enamorada por la
belleza artística del objeto.
Ahora pensemos usted y yo,
dejemos que ellos negocien, a ver hasta dónde llega la habilidad de uno y de
otra.
¿Por qué el alfarero pide
100?, ¿qué tuvo en cuenta para llegar a esa cifra?, ¿en qué se basó la clienta
para diagnosticar tan categóricamente que es «carísima»?,
¿alguno de los dos conoce el valor de la vasija?
Para responder estas sencillas
cuestiones tendríamos que leernos varias bibliotecas de economía,
mercadotecnia, contabilidad de costos y hasta de filosofía, psicología y
psicoanálisis.
Como «lo perfecto es
enemigo de lo bueno», bajemos las expectativas y dialoguemos distendidamente.
¿Por qué el alfarero pide 100?
1 – Porque es la cantidad de dinero que necesita llevar a su casa pues
eso fue lo que le encargó la esposa cuando salió a vender su producción (la
vasija);
2 – Porque el resto de los artesanos venden ese tipo de objetos más o menos
en ese valor. Como no quiere ser deshonesto con sus colegas, vende al mismo
precio que venden los otros;
3 – Porque al ver el aspecto de la señora se dio cuenta que es una
turista, que nunca volverá a comprarle, que tiene que sacarle todo el dinero posible,
porque así hacen todos los artesanos con los turistas del mundo entero;
En suma: nadie sabe cuánto
vale la vasija.
(Este es el Artículo Nº 2.058)
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