Según parece, viven más
(combinando cantidad de años con intensidad de vida), quienes menos evitan la
muerte.
El fracaso del comunismo no
determinó el triunfo del capitalismo. El sentido común dice que sí, pero el
sentido común se caracteriza por ser muy convincente a la vez que falso.
El mayor desafío para el
sistema capitalista empezó cuando perdió
a su compañero fiel, el comunismo real de la Unión
Soviética (1989).
Al quedarse solo, el capitalismo se enfrenta a una prueba de
fuego. Desde 1989, todos los errores y horrores ocurrirán en este régimen. La
felicidad también, pero eso no cuenta porque las buenas noticias no son
noticias.
Desde mi punto de vista la mayor longevidad del capitalismo
obedece a su vocación de muerte. Obsérvese que el comunismo se postuló como el
sistema que siempre gobernaría el mundo. Lo mismo le ocurrió al nazismo: se
postuló como eterno e inmortal y padeció muerte
infantil.
El capitalismo es mortífero,
despiadado, brutal, cruel, indiferente a la muerte precoz hasta de sus
participantes más mimados. Los gobiernos serios y comprometidos con el
capitalismo no practican el proteccionismo de los agentes económicos que
desaparecen devorados por la competencia, la mala suerte, la impericia.
La propia doctrina capitalista
no parece tener mecanismos de defensa extremistas y desesperados. El libre
mercado deja actuar a lo que su principal ideólogo (Adam Smith) llamó la mano invisible.
La libertad de los agentes económicos llega al extremo de
que pueden conspirar contra el propio régimen sin que nadie los detenga. Las
leyes que regulan las transacciones protegen a los agentes económicos de otros
agentes económicos, pero no hay leyes que protejan al sistema capitalista de
otros sistemas.
Quizá con los individuos ocurra lo mismo: viven más
(combinando cantidad de años con intensidad de vida), quienes menos evitan la
muerte.
(Este es el Artículo Nº 2.073)
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