Las necesidades y deseos
insatisfechos nos dan energía. Los avaros podrían satisfacerse, pero ahorrando
conservan la insatisfacción y la energía.
Con cierta indulgencia, como
corresponde a quienes somos superiores, miramos cómo nuestro perro esconde su
hueso en el jardín. El gesto se convierte en burlón y sarcástico cuando el muy
tonto esconde cualquier objeto debajo de una alfombra o de los almohadones del
sofá.
Claro, el pobrecito es esclavo
de su genética milenaria y por eso continúa haciendo lo mismo que hace miles de
años hacían sus abuelos: los lobos y hasta los zorros.
Quizá se nos borre la sonrisa
socarrona cuando nos preguntemos: los seres humanos, ¿por qué a veces tratamos
de conseguir más de lo que necesitamos, obligándonos a guardarlo para que lo
disfruten los herederos, cuando nos convirtamos en el más rico del cementerio?
No tenemos una respuesta más
inteligente de la que tenemos para el perro que esconde objetos debajo de una
alfombra.
Muchos también se burlarán de
este avaro, pero no sería justo..., ni con el avaro ni con el perro. Algo nos
ocurre que provoca estos fenómenos difíciles de explicar.
Una hipótesis, más o menos
aceptable, dice que los humanos podemos padecer el accidente de tener más
dinero del que necesitamos para vivir bien y que por eso tenemos que sacarlo de
circulación (guardarlo en un banco, por ejemplo), para que su existencia no nos
haga daño.
Pensemos en que las
necesidades y los deseos son verdaderos motores de nuestra existencia. Si nos
toca en suerte que nuestros ingresos son demasiado elevados, en vez de agotar
(satisfacer) esas necesidades y deseos quedándonos sin los motores, una forma de resolverlo consiste en esconder lo que no necesitamos, como
hace el perro.
En suma: los
avaros intentan conservar la vitalidad que aportan las necesidades y deseos.
(Este es el Artículo Nº 2.056)
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