Como el dinero es una mercancía
que puede canjearse por cualquier otra, nos atemoriza porque no sabemos qué es
exactamente.
Imaginemos
que un vecino le recomienda a otro la contratación de un pintor de casas.
— Te doy el
teléfono de Gonzalo. Te lo recomiendo porque es serio, trabaja bien, es puntual
y puedes darle las llaves de tu casa e irte, porque es de absoluta confianza.
— ¿Tienes
idea cuánto cobra por día de trabajo?—, consulta el señor que necesita
contratar a un pintor.
— ¡Ah!,
págale con cualquier cosa.
Ahora dialoguemos
usted y yo. ¿Qué podemos pensar de alguien que cobra cualquier cosa? ¿Qué forma
tan rara de ganarse la vida es esta?
La situación
se aclara rápidamente cuando entendemos que el dinero es una mercancía que
puede canjearse por «cualquier cosa».
La respuesta «¡Ah!,
págale con cualquier cosa.» es muy confusa, sin embargo es correcta, porque
el dinero es equivalente a «cualquier cosa».
Para entender este planteo es particularmente necesario tener en cuenta
que la comprensión del ser humano solo es posible en tanto podamos abandonar la
racionalidad, en tanto podamos pensar sin apegarnos a la coherencia.
Ahora continuemos pensando en esta extraña igualdad entre «dinero» y
«cualquier cosa».
¿Qué suele ocurrirle a cualquier ser humano cuando se ve afectado por
algo que no sabe qué es?
El 99% de las veces, cuando somos afectados por algo desconocido,
imaginamos que ese «algo» es amenazante, peligroso, digno de desconfianza. El
99% de las veces pensaremos lo peor de aquello que nos afecta y no sabemos qué
es.
Si el dinero es «cualquier cosa», entonces no sabemos qué es exactamente
y, como estamos afectados por el dinero en tanto lo necesitamos para comprar lo
necesario, es posible pensar que muchas personas piensan lo peor del dinero y,
por lo tanto, lo rechazan.
(Este es el Artículo Nº 2.016)
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