Las revoluciones
libertadoras latinoamericanas son ejemplos de robos exitosos que, cada tanto,
para homenajear a los héroes, tratamos de imitar
Creo que para una mayoría de hispanoparlantes sería legítimo que el
dueño de un establecimiento agropecuario trasladara a la ciudad donde vive la
mayor parte de lo que se produce en el campo del que es propietario.
Lo repito al revés: Creo que para una minoría de hispanoparlantes sería
ilegítimo y condenable que ese terrateniente estuviera obligado a dejar en su
establecimiento agropecuario la mayor parte de lo que en él se produce.
La historia de América tiene algo de parecido al ejemplo anterior.
Cuando en 1492 llegaron los españoles, se consideraba que el descubrimiento los
hacía propietarios. Por eso la Corona Española se apropió de este continente y
se llevó para España todo lo que encontró útil, especialmente metales
preciosos.
Sin embargo, muchos nos inflamamos de fervor reivindicativo
reclamándole a España que nos devuelva lo que nos robó..., como si los peones
de la estancia exigieran al dueño que devuelva la producción que se llevó para
la ciudad.
A los sudamericanos nos enseñan que los revolucionarios que nos
independizaron fueron héroes a los que tenemos que glorificar eternamente:
Simón Bolívar, José de San Martín, Joaquim José da Silva Xavier, Túpac Catarí,
José Martí, José María Morelos, José Gervasio Artigas, Francisco Solano López,
Óscar Arnulfo Romero, Augusto César Sandino, Juan José Arévalo, Francisco
Morazán, Bernardo O’Higgins, Antonio Nariño, Ely Alfaro, Túpac Amarú II, Omar
Torrijos.
Cuando digo «glorificar
eternamente», también estoy diciendo «copiar eternamente». El mejor homenaje
consiste en imitar al homenajeado, tomarlo como ejemplo.
Los revolucionarios son depredadores que,
cuando tienen éxito, se convierten en héroes homenajeables e imitables, y que
cuando fracasan refuerzan la estabilidad del régimen que intentaron derrocar.
En suma: los sudamericanos glorificamos el robo exitoso.
(Este es el Artículo Nº 2.014)
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